Harto de mi invariable aspecto de niño bueno, decido dejarme bigote. Y nada mejor que adoptar el modelo de bigote popularizado por uno de mis pintores favoritos, Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech.
-Ángela, ¿cómo se hace un bigote tejido?
-Es muy sencillo.
-¿Conoces algún patrón?
-No me hace falta un patrón, no tiene ningún misterio, ¿cómo lo quieres?
-(Tras esbozar una sonrisa de ‘orgulloso de mi novia’, sea como sea esa sonrisa) ¿Qué cómo lo quiero? Pues un bigote de Dalí.
-¿De Dalí, estás seguro?
-¿Qué pasa, tan mal crees que me va a quedar? (Silencio), ¿eh, qué dices? (Ángela sigue sin responder durante unos segundos, pero me dedica una de sus inconfundibles miradas que significan “mejor no respondo”. Yo intento que no se me note, pero en el fondo ha herido mi orgullo)
Días después, tras dejar que Ángela elija lana y agujas, me explica cómo se hace. Primero debo tejer vueltas de tres puntos (i-cord). Yo, demostrando lo atrevida que es la ignorancia, pienso que entonces no voy a tardar nada, que está hecho. Minutos después me doy cuenta del error. Cuando voy a tejer el segundo punto, invariablemente se me sale de la aguja el primero. Si trato de sujetar el punto ya tejido, se me sale el que voy a tejer. En algunas ocasiones, pocas, consigo tejer dos puntos del tirón. Ya estoy sonriendo satisfecho de mi logro cuando veo como esos dos puntos y el tercero que acabo de tejer se salen todos juntos. En momentos como esos pienso que los puntos tienen vida propia, que son duendecillos traviesos que disfrutan riéndose de mí.
Sólo son tres puntos por vuelta, cinco en la parte más gruesa. Además, es todo punto del derecho. Lo que ocurre es que las agujas son las más finas que he empleado hasta entonces y me cuesta una barbaridad dominarlas. Así que dos son las conclusiones que he sacado de este proyecto: es mejor que no me deje bigote y debo evitar los proyectos que requieran de agujas pequeñas. Aún me queda mucho por aprender. Eso sí, la única diferencia entre un tejedor experto y yo es que yo no soy un tejedor experto.
Hubo momentos de desesperación, desaliento, desánimo, abatimiento... [sí, he consultado el diccionario de sinónimos], además de los habituales ruegos para que me ayudara con esos puntos rebeldes cuyo mayor divertimento es saltar de la aguja. Incluso dice Ángela que, en pleno delirio, le rogué que me clavara una aguja Clover en el corazón para acabar con el sufrimiento. Pero al final lo logré, terminé mi bigote y se lo entregué a Ángela, que le introdujo el alambre necesario para que mantenga la forma deseada. [Así tenemos divididas las tareas domésticas, ella pone alambres en los bigotes tejidos y yo cocino].
Una vez completado el proyecto, corrí como un niño pequeño al espejo a probármelo y a ensayar caras de alocado genio de Figueres. El matiz de Figueres es lo que peor se me da. Me gusta tanto llevarlo que hasta he pensado dejármelo puesto indefinidamente. El único problema es que si me presento con este aspecto en algún control fronterizo y muestro mi actual foto de DNI, es posible que no me dejen pasar. Ahora bien, si me preguntan si tengo algo de valor que declarar, tengo clara la respuesta: todo yo (y mi bigote daliniano).
Aquí lo dejo, pero recordad que esta no es más que una parte infinitesimallllll de mi enorrrrrrme talento, y que para surrealista, yo luchando con tres puntos que no paran de salirse.
Y aquí tenéis a mi particular Gala, a la que he prestado mi bigote daliniano. Asumo que me robará todo el protagonismo, pero es lo justo en vista de que ella también contribuyó.
Datos técnicos:
Katia Capri.
Agujas de Doble Punta La Maison Bisoux - 18 cm (3.0 mm).
Música escuchada durante la realización del proyecto:
The Imagine Project, de Herbie Hancock.
Broken Bells, de Broken Bells.
Man No Die, de Bola Johnson.
The Wave, de Alex Malheiros y Banda Utopia.
Anterior capítulo.
[Episodio inicial]