Diario de un tejedor: primera clase

Publicado el 11 enero 2012 por Santiagot


El Domingo 8 de Enero del 2011, Ángela me dio mi primera clase de punto. He aprendido a montar el proyecto y a hacer punto del derecho. Según dice mi querida profesora, he tejido al estilo continental. En dos horas de clase, he conseguido completar seis de las aproximadamente 160 vueltas necesarias para terminar el cuello que he comenzado. En este preciso instante, el sentimiento que predomina en mí es el de admiración hacia todas aquellas personas que ya tejen. No sé cómo pueden tejer sin siquiera mirar o, sencillamente, mantener una conversación mínimamente coherente al mismo tiempo. Las contadas ocasiones en las que yo lo he intentado, olvidaba en qué parte del proceso estaba, o construía frases de sintaxis discutible.
Ingenuamente, pensé que al llevar desde muy pequeño tocando el piano, tendría cierta facilidad para aprender a tejer. Claro que nunca he sido bueno para las manualidades, y parece que esta actividad entra dentro de esa segunda categoría. Supongo que a todos los que se aventuren les parecerá muy complicado al principio, pero esa combinación de giros, cruces, cambios de dirección, precisos movimientos de aguja..., tras varias vueltas podía sentir el calor que desprendía mi cuerpo. Y eso por no hablar de la colección de muecas con la que acompañé cada movimiento. Tengo que controlar ese aspecto si quiero tejer en público. En fin, supongo que ya le iré cogiendo el tranquillo.
El otro descubrimiento, aunque ese ya lo sospechaba, es la extraordinaria paciencia de Ángela a pesar de que tardé varios minutos en aprender los cuatro únicos pasos necesarios para realizar un punto. Paciencia que mantenía intacta incluso cuando, tras más de un centenar de puntos, de pronto olvidaba misteriosamente uno de los pasos. Ahora comprendo por qué sus alumnas salen encantadas de las clases. Eso sí, diré en mi defensa que Ángela me aseguró que sus alumnas aprenden al mismo ritmo que yo, cosa que me hizo sentir un poquito menos torpe. [Nota: no era necesaria, pero es una prueba más de que ‘género’ y ‘capacidad para tejer’ son cuestiones independientes].
Confieso que, durante la segunda hora, cuando enlazaba varios puntos a una velocidad mínimamente aceptable, aunque todavía estuviese a años luz de la que alcanza mi profesora, notaba una rara euforia que hacía tiempo que no sentía. Esa alegría plena, inquebrantable, que a uno le invade al aprender algo nuevo que ha resultado complicado al principio. Sólo por eso mereció la pena el esfuerzo. Pero tampoco quiero exagerar, sólo estoy aprendiendo a tejer, no a realizar trámites burocráticos, que esa sí es una ardua tarea. [Nota: ¿por qué no hay cursos de burocracia? Imaginad: ‘Cómo superar el síndrome Kafka al entregar becas’ o ‘Fotocopias compulsadas. Paso a paso’].
En cierto modo, ha sido como aprender un nuevo idioma, dado que tejer es un lenguaje que no domino. De momento sólo sé decir ‘qué hora es’ y ‘me llamo Santiago’, así que aún me falta mucho para emprender las oraciones más elaboradas. Pero lo más sorprendente de todo fue que, una vez acabada la clase (y la posterior cena para recuperar energía), lo que más me apetecía era volver a coger las agujas. En esa segunda tanda ya fui más eficiente: otras seis vueltas en sólo una hora. ¿No es asombroso?


Parte médico:
Dolor en el cuello.
Dolor en los hombros.
Temperatura corporal cercana a la fiebre.
Pulso alto.
Más que probables agujetas cuando me levante mañana.
Producción:
6 vueltas de un cuello con 37 puntos.
Detalles técnicos:
Agujas: Clover.
Lana: Katia.
Objetivo:
Terminar el cuello en el plazo de una semana, antes de mi próxima clase, en la que aprenderé a cerrar el proyecto.
Impresiones:
Fue uno de esos días en los que, literalmente, no me acuesto sin saber una cosa más.
Estoy impaciente por empezar a presumir con mis nuevas habilidades adquiridas, aunque mi profesora dice que aún me falta mucho para eso.
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