Revista En Femenino

Diario de una cesante, capítulo V: en la puerta del horno... se quema el pan

Publicado el 17 agosto 2012 por Bebloggera @bebloggera

Por Roberta Stanley, desde ChileDiario de una Cesante: Capítulo V: En la puerta del horno... Se quema el pan

Antes de comenzar este post, quiero aclarar que este no es un artículo gastronómico ni tampoco sobre alguna falla de los hornos eléctricos ni a gas. No. Tiene que ver más que nada sobre un dicho popular que me ha hecho bastante eco durante los últimos meses, por tiempo y otros acontecimientos no había tenido oportunidad de compartir con ustedes. 

Bueno, el que a uno se le queme el pan en la puerta del horno no es literal. Si usted está leyendo ésta entrada y se dedica a la panadería, claro, no es necesario que lo interprete, debe tener bastante cuidado, el pan quemado y mal cocido es pésimo. Pero yo me refiero al refrán, para l@s extranjer@s que estén leyendo ahora, significa que damos por sentada una situación, aseguramos que todo va bien y finalmente... Ese algo nunca pasa. O algo lo entorpece y no sucede. Algo así me pasó a mi. Me confié, no preví que algo podía pasar y "here I am"...  Aquí viene mi historia. Pero antes, creo necesario darles una explicación de porqué estoy hablando de esto (y también de porqué me desaparecí tanto tiempo de aquí). 

Después de haber pasado cinco meses frenéticos de búsqueda de trabajo, me di un tanto por vencida en la senda de hacer realidad uno de mis anhelos inmediatos, gracias a mi hermana (que pese a que está lejos de Chile, permanece en contacto conmigo) recobré un poco de la esperanza perdida. Decidí dejar de lamentarme por la falta de trabajo y de mi mal ojo en esas lides para lanzarme a buscar algo que hacer mientras que la oportunidad no se presentaba. "Tienes que estar tranquila y buscar en otra cosa por ahora, ya verás que aparece algo con el pasar del tiempo". Ese fue el consejo de mi hermana. Textual. Y bueno, consideré que había sido uno de los consejos más sensatos que había recibido en meses, así es que le hice caso. Busqué en cosas que ya conocía, en las que había trabajado antes y me resultó. Encontré sin mucho esfuerzo una ocupación en un Call Center, empecé la capacitación (que no era muy prometedora, por lo demás, pero es lo que hay) y empecé a trabajar sin problemas. El dinero no era un factor preocupante, puesto a que me alcanzaba para pagar las cuentas atrasadas, ponerme al corriente con el mundo olvidado que uno deja en la cesantía, rearmar mi guardarropas y también mi confianza. 

Semanas más tarde, cuando ya estaba afianzando mi seguridad, apareció, como caída del cielo,  otra oportunidad: Trabajar como periodista freelance en una exclusiva revista de temas más bien serios (diplomacia, negocios y turismo), oportunidad que no podía rechazar. Emoción a más no poder. Me sentía casi como si me llamaran del New York Times... El problema era el horario, porque trabajar 45 horas semanales no permite muchas opciones de horario... ¿Cómo trabajar 45 horas más 6 que requería diariamente mi nueva propuesta? No podía dejar mi trabajo en el call center porque con lo que me pagaban en la revista no alcanzaba a vivir un mes completo. Me quebré el cerebro pensando en cómo hacerlo, hasta que arreglé mis horarios en el callcenter para trabajar sólo en las tardes, en las mañanas, trabajaría en la revista. 

Diario de una Cesante: Capítulo V: En la puerta del horno... Se quema el pan

Así me sentía todos los días, pero aunque parecía duro, era gratificante

El desafío era enorme: trabajar de 09.00 a 23.00 de lunes a viernes y cumplir turnos los sábados era una tarea titánica. Tuve que dejar muchas cosas que me gustan de lado (como por ejemplo, escribir aquí) y amoldarme a mi nueva y ocupada vida. Fue raro pasar de levantarse y quedar desocupada a no tener tiempo ni siquiera de ver las noticias en televisión, pero tampoco fue tanto problema. El problema sí fue el sueño, dormía poco, pero no andaba menos lúcida. Tenía más responsabilidades, pero estaba feliz, me sentía estimulada, realizada y confiada en mis capacidades. En las nubes. 
Fue en el periodo en el que me estaba empezando a llenar de planes (porque claro, cuando uno pasa por esos periodos de ocupación hasta el hartazgo, uno empieza a proyectarse con la vida, sobre todo económicamente) y a llenar de trabajo también (tenía que entrevistar esa semana a 4 autoridades chilenas y extranjeras de gran relevancia económica y política) cuando me pasó algo horrible. 

Estas cosas en realidad uno no las planea, no las considera nunca, tal vez si uno tuviera una bola de cristal y pensara siempre en los imprevistos, seríamos superhumanos... Pero yo todavía no me compraba la capa de Super Chica, (creo que la que me llegó vino fallada). Después de un feriado maravilloso junto a mi novio y de haber pasado un horrible tiempo en el call center (que era el mismo que apareció en las noticias, donde unos tipos se tomaron una estación de metro para hacer valer sus demandas sindicales), me preparaba para irme a descansar luego de haber visto televisión y, haber preparado las entrevistas que tenía como misión para esa semana que prometía ser muy acontecida. Cuando los astros, el cola de flecha, el cansancio o tal vez qué fuerza, se confabularon y tuve un accidente en la escalera de mi casa. El último escalón se hizo más corto, pisé mal y me caí feo. Muy feo. En un principio pensé que sólo me había torcido el pie, pero no podía pisar bien y me vi forzada a llamar un taxi para trasladarme al Centro Asistencial de Urgencias. 

Diagnóstico: Esguince (no especificado el nivel de gravedad)

Mal. ¡Todo mal! Hice todo lo que me dijeron en Urgencias, hielo, pie en alto, caminar lo menos posible. (Reconozco que en ese entonces conocí a los elefantes a rayas fluorescentes). Llamé a la revista (a eso de las 2 de la madrugada), para avisarle a mi jefe lo que había pasado. Me dijo que me esperaría de todas maneras, si es que podía caminar en la mañana. No pude.

Diario de una Cesante: Capítulo V: En la puerta del horno... Se quema el pan

Mi pie momificado por 3 semanas, casi 4

Fui al Traumatólogo y me adjudiqué un lindo yeso por tres semanas y el diagnóstico correcto de mi lesión de pata de lana: Esguince grado 3 de tobillo. 

El diagnóstico me espantó menos que la licencia médica por más de 12 días que me extendieron en un principio. Ahora voy en la tercera... lo que me ha marginado de todas mis actividades laborales, sociales y de cuanta cosa quería hacer pero que con el pie lesionado no puedo. Como que la lesión me marginó del mundo. Ya no saco nada con quejarme del accidente, porque estas cosas pasan y no hay mucho que hacer al respecto, salvo tener la energía suficiente para canalizarla en la mejoría. Pero quién no me ha dicho que tengo mala pata! Y si, es verdad... Tengo mala pata. Literal. 

Durante este periodo (doloroso, por cierto), he tenido el tiempo para parar un poco y pensar en que tal vez esta fue una señal para tomarme las cosas con más calma, para no hacer tanto plan junto, a no dar nada por sentado y no apurarme a vivir, a dejar de quejarme y dejar que las cosas pasen no más... ¿Será eso? Es por eso que el título de esta entrada me ha hecho tanto eco estos días... ¿Será que se me quemó el pan en la puerta del horno y no pude darme cuenta cuando estaba tostándose? Mientras busco la respuesta, sigo recuperándome y mentalizándome en volver pronto a trabajar y retomar mis días eternos... De lo que si estoy segura es que esta es una lección aprendida, (es difícil no entusiasmarse, pero hay que contenerse). Pd.: Las extrañaba... Se siente bien estar de vuelta :)


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