Las oposiciones estuvieron cargadas de anécdotas. Lo primero, el acto de presentación (de asistencia obligatoria, o pierdes el derecho a examen). Nos iban llamando por nuestro nombre para que, identificados con nuestro DNI, pasásemos a la sala donde la directora de nuestro tribunal iba a darnos las normas y explicarnos el proceso. Pues bien, cuando llegó mi turno y acudí presurosa con mi DNI, el profesor que estaba pasando lista (al que además admiro un montón, porque es eminente miembro de la blogosfera de profesores 2.0) me miró la barriga y dijo: «He dicho que los opositores pasan sin acompañante». Risas.
El acto de presentación fue bien, el tribunal me gustó, la media de edad de sus miembros es bastante baja (creo que al que menos le faltan quince años para jubilarse y había varias personas muy jóvenes) y la presidenta insistía en que luchásemos hasta el final, que ellos también pasaron por esto y se acuerdan de lo durísimo que es, que van a intentar ser justos, que pensemos que solo aprobar el primer examen supone entrar en la bolsa de trabajo… En general todo muy bien, aunque nunca se sabe. He escuchado de muchos tribunales aparentemente molones que luego han hecho una carnicería.
Y llegó el día del examen. Yo, concentrada y sorprendentemente tranquila (ni una tila he tenido que tomarme en todo el proceso, yo, que soy un manojo de nervios). Estuve repasando hasta el final, mientras decían los nombres de los primeros opositores en entrar al examen. Guardé los apuntes, entré en la sala con mis 3 bolis, mi botella de agua, mi brick de zumo, mis cuatro galletas y mi puñado de caramelos (por suerte, nos permitieron pasar comida para aguantar esas cinco horas y media).
Yo tenía todos los números a mi favor. El número de tribunal es mi número de la suerte, y las estadísticas eran bastante buenas. No sé si sabéis que los opositores somos muy dados a las estadísticas, y con ayuda de programas calculamos las probabilidades que hay, sacando X bolas, de que te caiga un tema que has estudiado… Pues bien, mis estadísticas eran las siguientes: tenía un 52,6 % de posibilidades de que me saliera un tema de los que llevaba requetebién estudiados, un 73,69 % de que me saliera uno que me había estudiado aunque no fuera de los mejores y un 92,83 % de que saliera al menos uno que había resumido y personalizado, aunque no me lo hubiera estudiado, que tirando de memoria e inventiva algo se podría hacer.
Llegó el turno del sorteo de las bolas y pasó lo que tenía que pasar. En este caso, lo que tenía que pasar era malo. Ninguna de las bolas estaba entre mis temas resumidos, es decir, ese 7,17 % fue el que ganó. Es más, fueron todos temas que no había dado en mis cinco años de carrera ni durante mi doctorado.
En este examen, hay dos partes: la parte A (comentarios) y la parte B (tema). La nota media de los dos debe ser superior a 5 para poder pasar a la siguiente fase, y ninguna de las dos partes puede estar puntuada con menos de 2,5. Pensé, entonces, que si hacía una parte A razonablemente buena y conseguía luchar por un 2,5 en el tema, aún me quedaban esperanzas. Así que peleé. El primer comentario, creo que prácticamente bordado, y el segundo con fallos (carencias mías) pero creo que razonablemente bien. Mientras hacía los comentarios, recordé uno o dos datos más sobre el tema, y luego lo escribí vendiendo muchísimo la moto, tirando de recursos y palabrería, citando manuales y haciendo referencias al potencial docente del tema… Lo hice lo mejor que pude dadas las circunstancias.
Sobre el embarazo y el examen, muy bien. La chiquituja fue muy buena y se estuvo quietecita casi todo el examen, y pude salir dos veces al baño acompañada de una miembro del tribunal muy amable.
Mi sensación al salir… Pues estoy un poco frustrada por la mala suerte (en el tribunal de al lado, cayeron dos de mis temas favoritos y uno que también había resumido), pero muy muy contenta y orgullosa de mí misma. Me propuse pelear y lo hice con todas mis armas. ¿El resultado? Sinceramente no me veo capaz de predecirlo. Depende del tribunal y de la benevolencia con la que quieran mirar mi examen. No sé si llegaré al aprobado. Si lo consigo, supone la entrada en la bolsa de trabajo y el derecho a hacer el segundo examen. Ya solo nos queda esperar… en una semana sabré más. ¡Cruzad los dedos por mí!