¡Lo sabía! Mi intuición, las pocas veces que me visita (que para eso soy un hombre de lo más normal; con más fallos, eso dicen ellas de todos, que una escopeta de feria), era acertada.
He puesto más marcha, cercana a la paranoia, a las luces, y ahora sus ramas son otras. Me ha parecido, incluso, que me sonreía. Aunque, por supuesto, soy más que consciente, que cada cierto tiempo necesitará relax, los dos lo necesitaremos, incluso penumbra.
Le he elegido el mejor emplazamiento de la casa, a la entrada de la sala, y junto al pasillo, pequeño… Y es que el espacio, los metros cuadrados, en Donosti al menos, se venden en joyerias, que junto con las tiendas delicatessen, siempre están en el Olimpo de los precios.
Es el primer año que me acompaña. Nuestra relación, como la de muchos ahora, comenzó vía internet. Vi su foto por casualidad, como ocurre en muchas grandes decisiones, y supe que era él a quien había estado buscando de un modo casi platónico.
Unas Navidades diferentes, a la fuerza, como la horca, necesitan compañías diferentes. Preferiblemente que no te recuerden en nada al pasado. Y no convertir la tristeza, la melancolía, la añoranza, en ingredientes que puedan estropear cualquier plato, incluso cualquier momento, al compararlos con ese “El Dorado” que se esconde en los recovecos de la memoria.