Parque de Miraflores
En esta época del año, de temperaturas suaves y salpicada de colores, apetece dejarse impresionar por esas islas naturales que resisten a la amenaza del hormigón y el asfalto de nuestras ciudades para encontrar amparo en la tranquilidad de unos parques y jardines siempre distintos y siempre iguales. Por sus angostas veredas sinuosas, de un recorrido inalterable, podemos distinguir el ropaje con el que cada estación viste la vegetación, haciendo que, en primavera, luzca una apoteosis floral de exuberancia cromática. Árboles y arbustos brillan con la clorofila que lustra sus hojas para recrearse en el espejo de los estanques y en la lámina de un aprendiz de río, hasta que la perfidia envidiosa de los patos hace temblar el reflejo hasta descomponerlo. Justo cuando la ciudad se desplaza bulliciosa para concentrarse en apreturas de toldos, polvo y ruido, estos remansos de paz, casi solitarios, brindan un espejismo edénico que calma inquietudes y sosiega el espíritu de los que huyen de las aglomeraciones y practican un fin de semana de parque, atraídos por la feria de la naturaleza.