A la salida de Riola a la derecha en dirección a mi pueblo, en la última casa hay una planta baja/garaje con un perrito en su interior. Hace ya algo de tiempo que cuando pasaba por allí caminando por el Júcar, me daba un susto de miedo con sus ladridos. Estaba a medio metro y sólo nos separaba una puerta metálica opaca enrollable. No debería tener más de palmo y medio a juzgar por sus ladridos asustados. Como iba yo absorto en mis pensamientos nunca me acordaba y siempre me sorprendía con un susto. Un buen día, no hace mucho, cuando estaba a unos 25 o 30 metros me acordé y me preparé. Justo a la altura de la puerta y antes de que se diera cuenta, empecé a gritarle fuerte mientras pasaba. Su instinto lo trajo a mi altura ladrando pero no tardó en irse al fondo del local gimiendo asustado. Desde allí siguió ladrando hasta que al llegar yo a unos doscientos metros dejaba de oírle. No sé si era porque ya se había tranquilizado o porque el sonido no llegaba donde yo estaba. Ahora, cada vez que paso por allí y le grito, sólo arranco de él dos ladridos tímidos mientras se queda en el fondo.
Una vez, haciendo senderismo, bajábamos por una senda que iba a parar a unos chalets en la falda de la montaña. Los diez o doce éramos hombres hechos y derechos. Escuchamos unos ladridos y nos topamos a unos diez metros por delante con un par de perros de esos de presa que subían hacia a nosotros. Paramos en seco. Nadie salió corriendo hacia atrás porque era cuesta arriba. Sólo se oían los ladridos agresivos de los perros. Nadie decía nada. Fueron unos segundos de tensión. La situación era insostenible y decidí intervenir, ni podíamos ni debíamos quedarnos allí ni dar marcha atrás. Había que desatascar la situación. Pasé el primero y les dije: Seguid detrás de mí.
Simplemente puse el bastón de montaña por delante y comencé a bajar hacia ellos lentamente y sin aspavientos. Ladrando, ladrando; dieron media vuelta y desaparecieron hacia los chalets de donde seguramente habían escapado.
Un familiar tiene en su casa de campo un
Rottweilerde un año. Él es el jefe de la “manada” y ha hecho a su perro como él lo quería. Yo veía al animal algo agresivo, torpe, poderoso y sin demasiada “onda” con los demás. Cuando estaba acostado en el suelo los niños lo pisoteaban y no decía nada, pero no podían jugar a la pelota, por ejemplo, porque se ponía a “jugar” con ellos y los arrollaba.
Era el único perro que yo había conocido que no se apartaba cuando nos encontrábamos en direcciones convergentes. Siempre eran las personas las que se tenían que apartar y si no las arrollaba; yo no me apartaba y acabábamos chocando y desplazándonos mutuamente aunque de forma suave. Cuando venía un desconocido se plantaba en actitud agresiva, enrollaba el rabo y ladraba fuerte y profundo como un león. Pero eso era lo que su amo quería hasta que cuando le parecía bien se levantaba, lo llamaba y lo cogía. Ya había acojonado al visitante suficientemente.
No se le podía acariciar, iba a la suya, si jugabas con él se propasaba, había que ignorarle. Los perros que yo había conocido hasta entonces, cuando me veían movían el rabo y se dejaban acariciar.
Este parecía consciente de su “poderío” y no quería bromas con nadie. Alguien decía que quizás estaba medio ciego y que no veía. Un día le pisé el rabo sin querer y se giró poniendo su boca en mi pantorrilla, sin apretar. Fue una reacción instintiva, lo comprendo. Le grité y desapareció.
Pues en ese estado de cosas, un día el perro gruñó agresivamente a un familiar que llegó aunque le conocía de antemano. Este iba con su novia. Nadie sabe qué vio o sintió el perro, pero lo tuvieron que coger y apartar de las dos personas. Al día siguiente cuando volvieron el perro había sido atado. Los dos, con ánimo de hacer las paces se acercaron para decirle algo. El perro les gruñó y ellos se apartaron un poco como dejándolo estar, pero aún estaban dentro del radio de la cadena y le dio a él un dentellazo en el codo. Se armó la marimorena. Al día siguiente su novia se presentó como si la cosa no fuera con ella. Tanteó el “terreno” desde la puerta y como vio que el perro no le hacía caso y allí éramos muchos, dio unos pasos hacia adentro confiada. Miré a ella y al perro, pero como este iba a la suya con los niños, no dije nada. Un segundo después lo vi sobre la joven a dentellazo limpio.
Salté entre los dos apartándolos como pude con los brazos, gritándole al perro y señalando con autoridad que se apartara. Grité para que las mujeres fueran a socorrer a la chica y les decía que lavaran bien las heridas de espalda y codo con jabón antes de curarla con medicamentos, pero nadie me escuchó, tal era el nerviosismo. El perro está vacunado. Las heridas no eran feas. Todos pasaron a la parcela de al lado para curarla. Yo me quedé solo sentado junto a él y le dije que se acostara a mi lado, estaba muy nervioso y a los cinco segundos se levantaba. Cada vez que el perro la veía pasar a través de la valla, le gruñía y ladraba. No estaba ciego, había quedado claro.
En su mente instintiva y defensiva de una supuesta agresión, había puesto a los dos “en el mismo paquete”. No era la voz porque ella ya había hablado, quizá el olor o posiblemente la imagen lo que le hizo reaccionar, también puede que detectara miedo.
Asociaciones elementales en un cerebro reducido, aunque en un animal domesticado, no salvaje.
Estos animales son muy poderosos y parece que lo sepan. Defienden su territorio “a muerte”, y si este se reduce a una atadura de tres metros, aún son más agresivos si cabe. Desde entonces que en todo el verano no se ha hablado de otra cosa. Estos familiares han tenido que dejar de ir, y el perro se pasa unos ratos suelto y otros atado. No sé cómo acabará la cosa. Hay preocupación por los niños.
En una página web al hablarnos de su comportamiento nos dice: “Si se le agrede, tanto a él como a su dueño, entrará en cólera y no se le podrá detener, no tiene miedo a los golpes ni a las amenazas.” Yo añadiría que
lo importante no es si se le agrede, sino simplemente si se siente agredido.
Es evidente que hay unos perros más agresivos que otros, como ocurre con las personas, pero los animales deberían educarse bien (también las personas, claro).
El problema es si el líder de la manada cree que el perro está bien educado y hace lo que su amo quiere que haga. Esperemos que no pase nada.
Pero a pesar de todo me gustan los perros, son inteligentes, fieles, cariñosos, sintonizan con nosotros y realmente son el mejor amigo del hombre. Los perros son otra cosa distinta de esas excepciones y nos proporcionan ayuda y muchos momentos agradables y satisfactorios. Además, ha sido el hombre quien lo ha ido seleccionando en razón de sus necesidades criando razas, luego también es responsabilidad suya si este ha “creado” animales agresivos.
Nunca he tenido miedo a los perros.
¿Caña a los perros agresivos o caña a algunos amos?
Juan-Lorenzo
dalescana@gmail.com