Todas las fotos Marta Barbón © OSPAHay días donde todo funciona, parece rodado y hasta la predisposición personal es óptima. Tras días duros, tristes, grises, vienen otros que nos llenan plenamente en todos los aspectos, y así Mahler me hizo pasar de la amargura a la plenitud en dos horas como el reflejo mismo de la vida, luces y sombras. Tal vez sea como un viaje inciático e interior que recaló nuevamente en mi interior para disfrutar con nuestra orquesta, con nuestros solistas y con ese repertorio que está enraizado en todo intérprete y aficionado a la llamada "música clásica", a la vista que la definición de "música culta" parece algo más lejana en el subconsciente colectivo.
Con este ánimo al alza llegué al Auditorio para disfrutar de otro día redondo de cabo a rabo:
Las notas al programa ("enlazadas" con cada autor al inicio de esta entrada) escritas por Hertha Gallego de Torres no sólo se centraban en cada obra sino que ilustraban y entretenían, hasta hacían una cita a "La imaginación sonora" de Eugenio Trías, una de las obras que tengo encima de la mesa.
Las obras elegidas están interrelacionadas entre sí dentro del llamado Clasicismo Vienés, programadas en cronología casi inversa pero muy cercana en el tiempo (1800-01, 1778, 1795), y que no deberían faltar en toda temporada de abono, dado que son referentes sinfónicos para toda orquesta y público, veteranos o recién llegados, haciendo disfrutar a todos con su escucha, máxime si la calidad de los intérpretes está asegurada.
El director australiano volvió aún con más fuerza y ganas en esta su segunda visita, cuidando detalles en todo momento, desde la disposición "adaptada" al estilo global del concierto, con permuta entre violines segundos y cellos, contrabajos atrás a la izquierda y timbales de cobre a la derecha, con trompas más trompetas (de llaves) separadas a ambos lados del viento madera donde las flautas fueron de madera, todo sin podio y mimando igualmente las partituras del triunvirato vienés.
Las criaturas de Prometeo, obertura Op. 43 (Beethoven) con inicio dubitativo e indeciso que no empañó el buen resultado global.
De Mozart "su" Sinfonía concertante en MI b M para oboe, clarinete, fagot y trompa, K. 297b [A.9] donde nuestros solistas brillaron con luz propia y precisamente en el orden que figuran: Juan Ferriol, Andreas Weisgerber, Vicente Mascarell y José Luis Morató dieron todo lo mejor solos, concertando y además con un buen gusto interpretativo contagioso a sus compañeros, con una dirección que dejó "respirar la música" incluso en los silencios (hasta para las toses), desde el Allegro inicial sin fisuras, el lirismo del Adagio que dejó momentos únicos, y la alegría del Andantino con variaciones que resultó no un duelo técnico o virtuosístico (el tempo lo propició) sino la perfecta compenetración entre amigos que completaban una común idea mozartiana llena de guiños cómplices con orquesta y director. Los aplausos de todos un premio más que merecido para estos "cuatro magníficos".