Hopper es nudo. No sabemos de dónde proceden sus personajes, tampoco (tal vez con más intensidad) el lugar al que se dirigen una vez que han abandonado la escena que admiramos. Ni siquiera facilita una senda desde donde ver con más nitidez. Por más que la luz lo ocupe todo, Hopper es un pintor oscuro.Todos los pintores lo son de alguna manera: invitan a que traigamos la luz, no hay sombra a la que no podamos atribuir alguna especie de significado. La pareja de Nighthawks, el cuadro de Hopper en el que aparecen, no dice mucho y, a su manera, no hay nada que no digan. Elucubramos ese nudo, le damos cuerpo, le insuflamos sustancia, hacemos como que de pronto estamos informados de lo que han hecho antes de sentarse y pedir ese café y de lo que harán cuanto lo acaben y paguen. Si cada uno irá por su lado y se despedirán amigablemente o si la conversación que han tenido (no es descabellado pensar que si uno afina la escucha) hará que no vuelvan a verse o los concilie (habrían resuelto en darse una oportunidad y probar por ver si el amor regresa o no volverán a tenerlo en casa). Que no acaben por entrelazar sus manos informa de un hecho incontrovertible: se han amado. Hubo amor y entra en lo razonable que alguno de los dos (o ambos) se resista a que lo haya de nuevo. Hasta se podría colegir que no se conocen y en el momento en que se registró esa escena estaban unidos por el azar, por la soledad que cada uno lleva a cuestas y de la que no se desembaraza por más que esté junto a otros, compartiendo un café, fumando, representando una escena en un cuadro.