Había que elegir un nombre para el recién nacido, tarea siempre difícil. Quiso la casualidad que por aquellos días estuviese leyendo una novela de Benito Pérez Galdós: Tormento. Y un diálogo de la novela me regaló el ansiado título: el cocidito de siempre.
“Cada vez que entro en mi casa se me caen las alas del corazón. ¡qué desorden! Esto parece una leonera, ninguna cosa en su sitio. Eres una desastrada… Dios mío, ¡Qué cocina! Tú no piensas más que en componerte. ¿Qué has puesto para comer?
-¡Oh! No te apures… El cocidito de siempre…”
Se me antojaba que Galdós en ese diálogo rendía una suerte de tributo a ese puchero que ha sido sustento, a veces casi único, de tantas familias españolas durante no sabría decir cuánto tiempo. No te apures, hay cocido, todo está bien: no nos falta el cocido.
Hablar de cocido en el blog del cocidito de siempre es como volver a las raices. Y en este mismo sentido se expresaba magistralmente Felisa Zamorano en Valencia del Ventoso en su discurso después de ser galardonada con el Garbanzo de Oro: Felisa narró con hondura de sentimiento los recuerdos de infancia y juventud que le traían los aromas que exhalaban las ollas que se alineaban bajo la frondosa arboleda que circunda las instalaciones de la piscina municipal.
Hablar de cocido es volver a las raices, para este blog y para muchos más. Mi padre recuerda siete años de internado a golpe de cocido diario, excepto los jueves y los domingos; mis tías rememoran el cocido de todos los días en el pueblo. Y es que para muchos extremeños, para muchos españoles, el cocido con más o menos sacramentos, presas o avíos, según se pudiese, fue el guiso diario durante muchas décadas, quizá centurias. Y para otras generaciones que no vivimos ese codido diario, los olores de la olla de garbanzos nos traen recuerdos de niñez, de madres y de abuelas, de mañanas neblinosas de invierno, de cocinas de azulejos blancos que se empañan de vapores que huelen a garbanzo y a tocino añejo.
“El niño contempla el milagro
Que su abuela realiza, sin prisa,
en calma de limbo familiar
mientras el pote del cocido
madura al fuego.
Guiso, bondad, cariño de abuela
que hila y cocina…”
Mirada Blanca. Entre niebla y sentimiento.
Carlos Casado Cuevas
La carretera discurre entre dehesas, algunos viñedos y olivares, baldíos y otros campos de cultivo. Llegamos a Valencia del Ventoso y no tardamos en localizar la piscina municipal. Una frondosa arboleda, un ambiente festivo, una hilera de hogueras con sus ollas humeantes y una cálida bienvenida de los responsables municipales auguraban una jornada prometedora.
Había sido invitado para participar en el jurado del Concurso de la Feria Gastronómica del Garbanzo, compartiría deliberaciones y sensaciones con Felisa Zamorano, Matías Macías y Fernando Valenzuela de la Cofradía Extremeña de Gastronomía; Juan Pedro Plaza de la Asociación de Periodistas y Escritores de Turismo; Soledad Ortega, que representaba a Slow Food Extremadura y Pepe Valadés de la Asociación de Cocineros y Reposteros de Extremadura. Un honor compartir mesa con este jurado, uno se se siente pequeño entre tanto saber sobre el sabor.
En el acto de inauguración los discrusos institucionales precedieron a la entrega del Garbazo de Oro a Felisa Zamorano. Felisa rememoró cocidos de infancia y a mí me vienen a la memoria páginas de la Cofradía Extremeña de Gastronomía de otros tiempos: inolvidables unos gazpachos que elaboró y glosó con maestría en el patio de su casa, en Llerena, hace ya bastantes años, porque Felisa fue maestra en la escuela y maestra en los saberes culinarios. Merecido galardón: ¡enhorabuena, Felisa!