A decir verdad, el libro no me estaba gustando nada en su inicio, me costaba avanzar, tenía que volver atrás y releer algunos pasajes para entender quién hablaba en el primer relato, “Vuelta de honor”, que se compone de una suerte de convergencia de tres voces interiores, y me fatigaba durante el proceso. No obstante, el segundo relato, “Palos”, el más corto, me sirvió de respiro; un asueto para recuperar la orientación espacionarrativa y afrontar el proceso de lectura con la mente abierta a cualquier rareza o novedad. Pero sin duda el relato más significativo de esta primera parte, el que me llevó a cambiar la percepción que hasta entonces tenía de la narrativa de Saunders, fue “Escapar de la cabeza de la araña”, un texto que flirtea con la ciencia ficción y en el que se nos describen las sensaciones que causa una droga que se administra a unos reclusos que son utilizados por el gobierno como conejillos de indias. Más allá del acierto de Saunders en el aspecto compositivo del relato, permanece el efecto que causa la voz al leerla; un festival de sensaciones en las que se desentraña parte del funcionamiento del cerebro humano, tan vulnerable, tan cambiante. Y siguiendo con la visión de que el libro es una máquina generadora de sensaciones, merece la pena destacar el impacto de “Los diarios de la chica Sémplica”, que me resultó de costosa lectura, tal vez condicionado por mi pereza para leer diarios. El relato posee un estilo hiperbólico, exagerado, dentro del género, con constantes notas mentales que me recordaron al “véase también:” de Palahniuk en “Asfixia”. En cualquier caso, una vez despojado del corsé de la extrañeza, he de reconocer que los tres últimos cuentos me hicieron disfrutar más que todos los anteriores. “A casa” refleja muy bien una característica de la sociedad norteamericana, el respeto por los veteranos de guerra y la paradoja que ello resulta cuando a estos antiguos soldados la sociedad ya no los necesita. Tal vez sea este el relato más ortodoxo, el que se acerca más a los estándares de la tradición norteamericana, pero siempre desde el peculiar estilo que hace de Saunders un autor especial. Para terminar, “Diez de diciembre”, el relato que da nombre al libro, es quizá el que busca con más ahínco la emoción del lector. Sin embargo, no es el único que la encuentra.
La exclusividad de Saunders viene en parte marcada por su estilo, apoyado en ocasiones en deliberados errores en la forma de hablar de los personajes, que omiten artículos o cambian las palabras, lo cual acentúa el valor de la excelente traducción de Ben Clark, poeta dotado de talento y voz y buen conocedor de ambas lenguas y ambas culturas, que consigue transmitir las pretensiones de Saunders en nuestro idioma sin que la traducción chirríe en ningún momento, algo que sí sucede en obras mucho más realistas en las que los personajes utilizan, por ejemplo, el argot sureño.
Nada más terminar el libro suspiré aliviado, pues el proceso de lectura me había exigido un esfuerzo extra. Y es que uno se acomoda y se vuelve perezoso cuando carece del tiempo necesario para leer todo lo que desea. En cualquier caso, valorando la lectura en perspectiva, con algo de distancia, puedo definirla como importante, necesaria; Saunders baila entre los géneros inventando el suyo propio, con humor, drama, paranoia, pero sobre todo implica al lector en el torrente subconsciente de sus historias a base de un minucioso trabajo con el lenguaje.
Diez de diciembre, de George Saunders. Alfabia, 2013. [Traducción y notas de Ben Clark]