Diez de diciembre, por George Saunders

Publicado el 09 febrero 2014 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Editorial Alfabia. 274 páginas. 1ª edición de 2013. Traducción de Ben Clark.
La primera vez que tuve noticia de George Saunders (Amarillo, Texas, 1958) fue a través de un mensaje de facebook. Me escribía Ben Clark, poeta con el que he coincidido en persona en un par de ocasiones y cuyo libro Basura comenté en el blog. Clark me decía que había traducido el libro Diez de diciembre de George Saunders para la editorial Alfabia y que si me parecía bien me enviaba un ejemplar para que lo leyera y lo comentara en el blog. Busqué información en internet sobre Saunders y me pareció un autor lo suficientemente interesante (este libro ha quedado en 2013 finalista del National Book Award en Estados Unidos) como para aceptar el envío del libro. Ya he comentado aquí que cada vez selecciono más los libros que quiero leer y que procuro no aceptar envíos de las editoriales o de los autores. Sin embargo, en este caso recibir Diez de diciembre ha sido todo un acierto, porque el libro merece verdaderamente la pena. Lo había dejado en mi montaña de inleídos, hasta que hace unas semanas leí en el suplemento cultural del ABC la crítica que de él hacía Rodrigo Fresán (apuntaba algo así como que el primer y el último relato de esta colección son excepcionales, y que los ocho restantes son simplemente magníficos, cito de memoria).
Diez de diciembre está formado por una decena de relatos de muy diversa extensión, desde las dos páginas de Palos hasta las más de sesenta de Los diarios de las Chicas Sémplica, al que podríamos calificar de nouvelle.
El propio Ben Clark nos advierte en una nota introductoria que las voces narrativas de Saunders comenten errores lingüísticos al expresarse y que ha tenido que reconstruir ese efecto al traducirlo. Incluso cuando el relato está escrito en tercera persona, el narrador cede en muchos casos el discurso al personaje; y este discurso suele reflejar el flujo interior de su conciencia: los personajes interpretan la realidad sin usar artículos, dejan frases sin terminar, o celebran sus propios chistes con un “jajaja”. Lo cierto es que la traducción de este libro no parece fácil, y, aunque en algunos casos las expresiones elegidas en español son muy coloquiales (por ejemplo esa que se ha puesto tan de moda entre los adolescentes: “Eso no, lo siguiente…”), me parece que el trabajo de Ben Clark ha sido destacable.
Lo cierto es que, para descubrir que la narración de los cuentos reflejaba el flujo de conciencia de los personajes, tuve que releer las primeras páginas del primer relato, Vuelta de honor, porque no lo entendía bien. Pronto descubrí lo que ocurría: el narrador está hablando de las fantasías de una chica de quince de años; lo descrito no está pasando en la realidad, sino en la mente del personaje. Una vez que el lector se percata de esto el relato avanza con fluidez. En Vuelta de honor ya queda establecida una de las premisas bajo las que Saunders construye sus cuentos: enfrentar el punto de vista de unos personajes sobre una escena con el de otros. En Vuelta de honor se encuentran (o chocan, más bien) la visión de la quinceañera comentada, la de su vecino adolescente –enamorado en secreto de ella– y la de un violador treintañero; cada uno con sus motivos. También es notable en la construcción de los personajes el peso que tiene la mirada de los demás sobre ellos; por ejemplo, la de sus padres. Vuelta de honor es un buen relato, pero, y aquí discrepo con Fresán, no es éste, ni tampoco el último (titulado Diez de diciembre, en el que vuelve a aparecer una adolescente fantasioso –casi un niño, en realidad– enfrentado a un adulto, que ha decidido dejarse morir en el bosque) los mejores relatos del libro. Los personajes del libro se encuentran, y sus visiones de lo que ocurre difieren, influidos por sus circunstancias, por sus familiares o por la realidad. Eso ocurre en el tercer cuento del conjunto, Cachorro; en él se enfrenta la visión del mundo de una mujer de clase media con la de otra de clase baja. Cada una, a su manera, cree estar haciendo el bien. Este contraste me ha parecido más sutil que el que se plantea entre la visión del mundo de un violador y una quinceañera (Vuelta de honor), o entre la de un niño que quiere ser un héroe y la de un enfermo de cáncer que quiere morir (Diez de diciembre).
Mientras leía los primeros cuentos de este libro, pensaba en la historia del relato norteamericano, y más concretamente en la magnífica antología de Richard Ford. Y me estaba pareciendo que, si tuviera que seleccionar a algún escritor de ese libro que pudiera ser una influencia para Saunders, posiblemente tendríamos que buscarlo en los experimentalistas de los 60 o 70. Los primeros relatos me recordaban la manera de construir una narración de William H. Gass: pero si en el relato de Gass El chico de Pedersen, tras acercarse a la conciencia de sus personajes, se dispersaba la trama del relato, ésta suele estar bien atada en el libro de Saunders; y en este sentido Saunders acaba acercándose más a Raymond Carver.
El cuarto cuento, titulado Escapar de La Cabeza de Araña, introduce un nuevo elemento: el coqueteo con la ciencia ficción. En Escapar de La Cabeza de Araña unos convictos son sometidos a experimentos para determinar los efectos de nuevos fármacos sobre el organismo, fármacos que pueden controlar el deseo sexual o cortar con la dependencia amorosa. De nuevo pensé en la antología de Richard Ford, y en un autor de la misma época que Gass: Kurt Vonnegut y su cuento Bienvenido a la jaula de los monos. Escapar de La Cabeza de Araña es un cuento sobre el control estatal del individuo realmente potente.
He de constatar también que Diez de diciembre no escapa a uno de los problemas más habituales de los libros de relatos: algunas de sus narraciones parecen esbozos de otras en las que el autor va a desarrollar sus ideas con más fortuna. Así, por ejemplo, después de leer el estupendo Escapar de La Cabeza de Araña, el siguiente cuento –Exhortación, que muestra el discurso que da un jefe a sus empleados, me ha parecido un relato menor. O también he pensado que la idea principal que sostenía el relato Al Roosten –la envidia que provoca el éxito ajeno y la frustración por la propia vida– estaba mucho mejor desarrollada en el siguiente cuento, Los diarios de las Chicas Sémplica. En él un oficinista comienza a escribir un diario, con poco respeto por la puntuación convencional (por ejemplo, leemos en la página 163: “Olor de carne asada + sonido metálico de cacerolas, platos en la mesa = atractivo”). Creo que esta nouvelle, Los diarios de las Chicas Sémplica, con su patético personaje, que continuamente trata de justificar ante sí mismo su deseo de vivir por encima de sus posibilidades, y con su toque de ciencia ficción, que sirve para hacer una crítica del trato que en Occidente se da a los inmigrantes, es el relato que más me ha gustado de Diez de diciembre.
Diez de diciembre es un libro original y valioso, con relatos muy conseguidos, que muestran una gran madurez narrativa por parte de George Saunders. Esto me lleva a preguntarme por qué no ha llegado antes a España. Leo en la solapa del libro que Saunders ha escrito al menos tres libros más de relatos y uno de ensayos, y que Alfabia tiene planeado traducirlos y editarlos. Lo cual me parece una magnífica noticia literaria.