Después de un horrible día de lluvia y frío, como tantos otros que nos está dejando de este extraño verano cantábrico, se abrió una brecha en el horizonte, justo cuando el sol se iba a poner. De repente, como si fuera un truco de magia, el cielo que hasta ese momento era de un gris uniforme empezó a teñirse de color, los grises se transformaron en azules, los blancos en rojos y naranjas y la mar, como un espejo, lo reflejó todo sobre sus aguas, cambiando de aspecto continuamente como hacen los camaleones.
Pasados 10 minutos, la pequeña brecha del horizonte se cerró, la luz se fue apagando y los grises se fueron adueñando de nuevo del paisaje. Aun así había merecido esperar todo el día y bajar corriendo por el camino de la playa para disfrutar de ese momento irrepetible. Puede que dentro de unos días haya un atardecer parecido, quizás más impresionante, pero como ese seguro que no hay otro.
Si todo sale como espero, cuando leáis esta entrada estaré camino de Tarifa, volveré a intentar ver las orcas, parece que al menos no habrá viento de levante y la mar estará en calma. Un viaje de 2000 kilómetros ida y vuelta para si hay suerte verlas durante 10 minutos. ¿Una locura? quizás, ¿merece la pena? sin duda. Y si no las veo, como ya me ocurrió hace un par de semanas, al menos tendré un aliciente para intentarlo de nuevo el año que viene.
La Naturaleza siempre es imprevisible, y no se puede programar como esta entrada del blog, y eso es lo mejor, como esos 10 minutos después de un día gris y lluvioso.
Nota: como siempre, pichad las fotos para ampliarlas, en el blog no se ven nada bien.