Diez posibles aperturas y un relato

Publicado el 14 diciembre 2013 por Icaro @ateneo

Relato

Cuando el decimocuarto regimiento de ingenieros, con destacamento en Virginia, se preparaba para partir hacia algún punto secreto de la ciudad de San Francisco, pudo oírse en medio de la noche al coronel Gaylord Perry gritar: <<¡¡dos mil hombres y más de cien máquinas de guerra preparadas para qué, para hacer de canguros!! Maldita sea, ¿pero es que se han vuelto locos en este jodido país? >> .

Cuando la Señora Dalloway vio aparecer la cara de su bebé sano y salvo en las noticias de las nueve, se dejó caer de espaldas al sofá; había pasado más de veinte horas de espera para poder averiguar el paradero de su hijo. Al verle en la pantalla del televisor totalmente desnudo, dentro de un parque infantil con forma de estadio de béisbol y rodeado de unos extraños, por perfectos, juguetes voladores, supo entonces que algo no iba bien.

Cuando me he despertado esta mañana y he recordado el sueño que había tenido -un enorme bebé de más de sesenta pies de alto que aparecía frente a mi casa, en el estadio de los Giants- como cada mañana, lo he escrito detalladamente y me he puesto a divagar acerca de su posible significado.

Cuando vi aquello desde nuestro helicóptero, lo primero que pensé fue en un desproporcionado y perfecto engendro publicitario. Al girar la cabeza nos miró con aquellos grandes ojos azules y una inmensa dulzura e inocencia en cada uno de sus rasgos; una gran sonrisa apareció en mis labios y deseé que ese momento no terminara jamás.

Cuando llegué al Hospital, en mi primer día de prácticas como médico residente, me ordenaron que me uniera a un grupo de más de cincuenta pediatras para atender a un bebé de no más de nueve meses. Entonces, durante el camino, pensé acerca de mi extraña suerte. Cuando llegamos al estadio de repente nuestra ambulancia se elevó como una atracción de feria, <<¿le habrán salido ya los dientes? >>

Cuando me dijeron que toda mi compañía había quedado sepultada después del derrumbe de una grúa gigante que había sido colocada en un parte del estadio, pensé: <>.

Cuando el presidente me llamó y me dijo <<haga todo lo que quiera, pero no pienso tener el cadáver de un bebé blanco de sesenta pies en plena campaña electoral>>, supe que no había nada que hacer por mí y por mis muchachos.

Cuando me dijeron que le estaban dando papillas con nuestra grúa gigante llamé a C&G INFASOY MILK, <>.

Cuando terminó la reunión del gabinete de crisis en el Capitolio, repasé de nuevo todos los operativos: 1º Durante la siesta del bebé, lanzamiento paracaidista para colocar la malla protectora a lo largo de todo el estadio. 2º La calefacción mantenida a una temperatura constante de 78 grados Fahrenheit. 3º Solicitud urgente de tres grúas gigantes para sustituir a la anterior. 4º Nueve libras de leche en polvo para el biberón de la noche.

Cuando vi desparecer de mi hospital a médicos y enfermeras, toda la leche en polvo y el suero del que disponíamos, me sentí como un ciudadano del tercer mundo, abandonado después de ser expoliado por el gigante blanco.

Cuando la cara del pequeño “Gulliver” comenzó a ponerse colorada, caímos en la cuenta de que hasta ese momento no habíamos pensado que todo lo que entra sale o, como diría un maldito ecologista, no habíamos pensado en la gestión de residuos.