Diez relatos sobre la sed de bondad (4)

Publicado el 27 abril 2015 por Susanaescmag
Hola,
Espero que estes llevando bien el lunes, el nuestro ha sido un poco raro... en fin..
Quiero compartir contigo este cuento que me ha dedicado el autor Luis Rafael García Lorente.
Diez relatos sobre la sed de bondad (4)

A Susana Escarabajal Magaña
La vanidad, la hipocresía, la perfidia y la falsedad infectaban la fría, mezquina y colérica alma de la portera pero, por hacer ver a los del tercero B que era una mujer de gran corazón y llena de amabilidad, permitía que su hijo pequeño jugueteara en la portería con sus juguetes mientras ellos se ausentaban por un corto tiempo. 



El niño creía que aquella mujer era muy buena porque le decía cosas muy graciosas pero, al mismo tiempo, su influjo era perturbador para él porque, con frecuencia, lo hacía objeto de su censura y lo atormentaba asegurándole que era un niño malo. Él no quería confesar a sus padres la angustia que le hacían sentir estas acusaciones ni tampoco deseaba rehuir la compañía de la portera porque, a su modo de verlo, ella era una mujer buena, muy buena y, si lo hacía sufrir, era porque él lo merecía por no ser lo suficientemente bondadoso. 


Tanto se obsesionó con la culpa porque aquella mujer no dejaba de herirlo con su condena y los remordimientos que ello le producía no tenían vía alguna de salida que llegó a sentir que le acompañaba la presencia invisible del demonio. Contaba a sus padres que tenía miedo y ellos no lo podían comprender. Cuando lo dejaban solo en una habitación, era frecuente que su corazón se llenara de terror sin que hubiera causa aparente y se precipitara a continuación llorando y con una profunda desazón hacia el regazo de sus padres. 


La portera no dejaba de llenar su espíritu de duda e inseguridad mezclando la verdad con la mentira y un falso pudor inocente con la maldad más desinhibida, tan poco le importaba el sufrimiento que le estaba produciendo, tan ajena era a él por su estúpida indolencia que habría podido seguir fomentándolo hasta causarle la locura porque, para su sed de poder y vanagloria y para su iniquidad, no había límite. El niño anhelaba ser bueno y para ello buscaba la ayuda de aquella mujer en cuya virtud le había hecho ella creer casi con fanatismo pero, en el remedio al que acudía, no hallaba más que la perdición porque la mujer jamás permitía descansar su conciencia pero nunca daba respuesta a sus dudas cada vez mayores sobre lo que fuera el bien.


Pero el fin de su sufrimiento llegó una tarde en que acudió a la portería a acompañar a la mujer. Al llegar, sorprendió una escena que le produjo un profundo estremecimiento y que demostraba de manera concluyente que aquella mujer era, al contrario de lo que había creído hasta entonces, un ser malvado y reprobable y digno de la condena de todo aquel que pudiera llamarse bondadoso. Lo que el niño vio fue a la mujer golpeando reiteradas veces con el mango de la escoba el cuerpo inerte de un gato. En cuanto lo vio, se precipitó hacia la portera y le dio un empujón mientras le gritaba:


-¿Por qué lo estás matando? ¡Déjalo, imbécil!
-Oye, más educación, niño -dijo la mujer, que, incapaz ahora de echar mano de uno de sus agrios reproches morales acostumbrados, tenía que conformarse con una superficial llamada a guardar las formas de urbanidad.


El niño tomó el gato en sus brazos y lo condujo a su casa donde contó a sus padres no solo lo que le había hecho la mujer al animal sino la insistencia con que ella le había estado acusando de maldad durante los últimos meses y atormentando su conciencia, anhelante de inocencia y paz.


Los padres exigieron en la junta de vecinos que se despidiera a tan horrible persona de su puesto en la portería. La portera cambió, pues, de edificio pero su condición siguió siendo la misma.
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©Luis Rafael García Lorente