En la diferencia de opiniones, en la libertad que tenemos de expresarlas y en la libertad que tenemos para actuar según creamos conveniente, está parte de la grandeza de las personas. En eso y en reconocer el mismo derecho que tiene a eso el otro; siendo el “otro” todos aquellos que no somos nosotros, que no piensan como nosotros, que no se expresan como nosotros, que no actúan como nosotros. El “otro” son todos aquellos que no se posicionan de nuestro mismo lado.
La grandeza de las personas y la riqueza de la sociedad es en parte el reconocimiento individual de posicionarse. Pero todos los derechos conllevan consigo una obligación, y es que esa actitud debe ser recíproca siempre y en todo lugar. Cada uno tendrá derecho a defenderla y a argumentar las razones que crea convenientes. Teniendo incluso derecho a cambiar de opinión y posicionarse del otro lado cuando lo crea conveniente, con su derecho a argumentarlo. Cada uno también tiene el derecho a no posicionarse si no le da la gana, no pudiendo nadie obligarlo a que lo haga. Cada uno es libre de hacerlo como crea mejor. Siempre que se haga con lealtad.
Lo que no es justo es que uno argumente atacando al prójimo y empleando artimañas. Que cada uno defienda su postura sin molestar la postura de los demás. No me alces la voz si no pienso como tú, si actúo de diferente forma, si opino de otra manera. No me insultes ni me faltes al respeto, no inventes bulos que me perjudiquen, ni invadas mi espacio, ni me robes mi intimidad.
Acepta también que mi opinión pueda ser más acertada, que mi idea es más brillante, que he sabido argumentar mejor. Porque yo lo haré cuando vea que tú me has superado en tu argumentario, cuando observe que has sabido exponer mejor lo que intentabas.
Fran J. Lestón