En el último acto de la ópera nos situamos en el claustro del monasterio de Yuste, es de noche pero hay claridad, seguramente la luna está llena. Pero nos asalta una duda ¿de qué claustro estamos hablando? El monasterio de Yuste tiene dos claustros. Como estamos ante una grand opéra quiero pensar que es el llamado claustro nuevo, el del s. XVI de estilo renacentista, una ópera espectacular no puede tener escenas en claustros austeros como el gótico del XV; no hay duda posible, una gran ópera francesa tiene que desarrollarse en el claustro más grande y ornamentado de los dos. La escena está vacía así que lo primero que piensa el espectador es que alguien tendrá que entrar ¿no? Es evidente. Pues sí, entra Isabel de Valois, la esposa de Felipe II que está enamorada, en secreto, de su hijastro, el infante don Carlos. No se os ocurra investigar mucho en fechas históricas porque este trío amoroso, lo mires como lo mires, malo es de cuadrar, estamos en la ficción, por eso al final da igual si Isabel está en un claustro del monasterio de Yuste o en el de Las Huelgas ¿verdad que sí? Pues no, no es lo mismo. Porque Isabel se va desplazando lenta y sigilosamente hacia una tumba y esa tumba tiene que estar en el monasterio de Yuste, porque es la tumba del padre de su marido, Carlos V. ¿Pero qué hace la tumba del Emperador en un claustro del monasterio de Yuste?, ¿acaso no estaría ya enterrado en El Escorial?, ¿no concibió Felipe II un monasterio para ser la tumba de su padre y demás parentela monárquica? El caso es que nosotros, que estamos en nuestras butacas, absortos por la belleza de la fúnebre introducción orquestal ideada por Verdi, nos creemos que ahí está Isabel, en medio de un claustro, que da igual si es el de Yuste o no, y que ahí está enterrado Carlos V, y que ella se arrodilla y comienza una especie de plegaria o un diálogo con su difunto suegro, y aquí comienzan las palabras del aria del que estamos hablando, "Tu che la vanità conocesti del mondo", y cuando las escuchas, desde la butaca, en la oscuridad de la sala, piensas que seguramente es la mejor aria compuesta nunca por nadie en el mundo. Lástima que hay muchas sopranos que la cagan y te bajan a la cruda realidad, eso si no lo hace una señora, o un señor ¿por qué tienen que ser siempre las señoras?, que ha decidido que el momento es tan sublime que merece abrir su caramelito y juntar el placer gustativo con el auditivo. Pero hoy a nosotros no nos agua la fiesta ni la soprano ni ningún señor con caramelitos, hoy es uno de esos días en que los astros se conjuran para que todo salga perfecto y una soprano que podría ser Anja Harteros está ahí para cantar el aria y entonces, tas suplicar al suegro que interceda por ella ante el Señor, sabemos que está ahí esperando al infante Carlos, que ha quedado en secreto, y ahí recuerda el último momento en el fue feliz, en su Francia natal, cuando durante un solo día conoció el amor y la desgracia de saber que ese mismo amor, lejos de cuajar, iba a ser imposible, hoy la juventud ya parece lejana y sólo queda la resignación, el dolor y la paz del sepulcro. Y maac por un instante piensa que en algún momento del aria hay algo de la Amelia-Maria de Simon Boccanegra y siente ese balanceo del mar en la tarde genovesa.
Decía Plácido Domingo que hay una representación de Don Carlos que para él es la mejor de toda su carrera. La que cantó en 1969 en la Arena de Verona, donde la atmósfera fue innolvidable. Dirigía Eliahu Inbal, y el resto del reparto estaba formado por Montserrat Caballé como Isabel, Fiorenza Cossotto cantando Éboli, Piero Cappucilli en el papel de Posa y Dimiter Petkov en el de Felipe. Y decía que no hay palabras para describir la sensación de cantar el dueto final "Ma lassù ci vedremo" bajo las estrellas a la una y media de la madrugada con la Caballé llenando el aire de sus mágicos pianísimos que quedaban flotando, antes de alejarse el uno del otro. En un espacio como la Arena, donde el tamaño del escenario es enorme nada podría haber transmitido mejor la imagen de la separación con tal fuerza y convicción.