¿Digo que soy masón?

Publicado el 21 noviembre 2017 por Habitalia
Son muchos los masones que se plantean, en diversos momentos de su vida, la cuestión de hacer pública -o no- su pertenencia a la Francmasonería.

Dos factores principales influyen en la toma de una decisión al respecto: la cuestión de la discreción y -especialmente en España tiene gran peso- el ambiente contaminado hostil hacia la Orden; debido a una historia de persecuciones y calumnias vertidas contra los masones y contra la Masonería como tal.

Aparte los antedichos considerandos; cada Hermana o Hermano tiene que poder decidir, con absoluta libertad, si comunicar o no su condición masónica; la suya exclusivamente; nunca la de sus hermanos masones. El Reglamento General del Gran Oriente de Francia, en su artículo 87; "prohíbe revelar en el mundo profano la condición masónica de sus Hermanos".

Por lo tanto, tan legítimo es revelar la propia condición de masón como decidir no hacerlo; por las razones que sean.

¿Digo o no digo que soy masón o masona?

Para responder a esta pregunta, hay que echar mano de la historia de la Orden en España, marcada por la desconfianza, los prejuicios contra la razón y las libertades, las persecuciones; desde los comienzos de las primeras Logias masónicas en nuestro suelo. Sirvan unas pinceladas para dar idea:

Una Real Cédula de las Cortes de Cádiz (19 de enero de 1812) confirma el Real Decreto del 2 de julio de 1751; y vuelve a prohibir la Francmasonería en los dominios de las Indias e Islas Filipinas. Dicha Real Cédula acusa a la Masonería de ser "uno de los más graves males que afligen a la Iglesia y a los Estados".

Para los conservadores clericales, el liberalismo era una conspiración masónica permanente.

Restablecida la Inquisición con el regreso de Fernando VII, se intentó acabar con la masonería. El 2 de enero de 1815, el Inquisidor General, Francisco Xavier Mier y Campillo, publicó un edicto de prohibición y condena de la Masonería, copia del dado por el cardenal Consalvi, el 15 de agosto de 1814; para los Estados Pontificios.

Patricio de la Escosura recuerda cómo una turba de realistas asaltó a Ventura de la Vega en la Puerta del Sol "por dejarse crecer el pelo y llevar melenas, crimen reputado a la sazón como infalible síntoma de masonismo".

Los historiadores de la época describieron los atropellos contra los liberales cometidos por el gobierno y las partidas de realistas que rondaban los pueblos predicando el exterminio de francmasones y comuneros.

Morayta recoge cómo ahorcaron a todos los miembros de una logia; sorprendidos llevando a cabo una iniciación masónica en Granada.

Una Real Cédula de Fernando VII, del 5 de agosto de 1824, vuelve a prohibir la Francmasonería en todos los dominios españoles de las Indias y Filipinas. A partir de entonces, a todos los graduados universitarios, funcionarios, eclesiásticos; militares o políticos que ejerciesen cargo público se les exigiría -antes de tomar posesión- prestar declaración jurada de no pertenecer ni haber pertenecido a ninguna Logia.

Otra Real Cédula, del 9 de octubre del mismo año 1824; condena a muerte y confiscación de bienes a los masones; por considerarlos enemigos del trono y del altar.

La tormenta persecutoria amainó un poco tras la muerte del "deseado". Así, una Real Cédula del 22 de noviembre de 1833 modificaba la anterior del 5 de agosto de 1824, exigiendo que los empleados públicos, al tomar posesión de sus cargos; presentasen declaración jurada de que no pertenecen ni pertenecerán a Logias.

La dictadura de Primo de Rivera, aunque no prohíbe la Masonería, pone cortapisas a las libertades.

Tras el golpe militar de los sublevados contra el legítimo gobierno de la Segunda República, la Francmasonería fue prohibida; encarcelados y condenados a muerte sus miembros, en un período de terror, violencia y sangre.

Los efectos de dicha persecución, particularmente la franquista, aún perduran en el subconsciente colectivo de nuestras sociedades. Es necesario un esfuerzo grande para desprejuiciar, informar; arrojar luz sobre la verdadera realidad de la Masonería.

Toda construcción, como la de una catedral, ha de comenzarse por abajo: los cimientos; los pilares maestros... hacia arriba.