Aunque los antirretrovíricos detienen la replicación del VIH, no consiguen curar la infección, lo que provoca un aumento del número de personas que conviven con el virus. Ello plantea nuevos retos sobre las consecuencias clínicas que conlleva a largo plazo el tratamiento. Si bien la mortalidad de las personas con VIH continua decreciendo a medida que el tratamiento se va perfeccionando, todavía resulta mayor que en las personas no infectadas. Además la incidencia de neoplasias, de enfermedades hepáticas, cardiovasculares y neurocognitivas y de pérdida de masa ósea en los pacientes tratados supera la de la población general, en especial cuando los linfocitos T CD4+ son escasos.
Por otro lado, urge reducir los contagios, ya que por cada persona infectada que inicia el tratamiento,se producen dos nuevas infecciones por el VIH. Pero hay otro aspecto aún más importante: debido a que el tratamiento debe seguirse durante toda la vida, ello tiene implicaciones para el paciente en cuanto al cumplimiento terapéutico y a las posibles toxicidades, además de suponer un elevado coste económico a largo plazo, lo que limita su acceso universal al mismo. (Javier Martínez- Picado, Investigación y Ciencia, julio 2013).
Cierto que el sida ha pasado de ser una enfermedad mortal a convertirse en algo crónico, que tiene imposible cura, pero que sí admite tratamiento. Eso sí, prolongado y muy costoso. No hay que bajar la guardia. Y para ello, recordar el lema de siempre: más vale prevenir que curar.