México es, sin duda, uno de los gigantes del planeta. El radar debería estar puesto en esta potencia, que acaba de resolver un gran dilema electoral y que ahora afrontará importantes decisiones geoestratégicas —nadie sale indemne de la disruptiva llegada de Trump a la Casa Blanca—. Las agitadas aguas del hemisferio norte obligan a reforzar alianzas y relaciones; por ello, Europa está muy atenta al país que luce un águila real devorando una serpiente en su escudo. Al mismo tiempo, los recientes cambios en los Gobiernos de España y México abren la puerta a una relación política privilegiada que podría ser no solo un puente entre la Unión Europea y América Latina, sino el enlace entre la socialdemocracia europea y la izquierda latinoamericana.
1 de julio, superdomingo electoral para AMLO
El 1 de julio de 2018 cerca de 90 millones de mexicanos estuvieron llamados a participar en la elección de un nuevo presidente para el siguiente sexenio; 500 miembros de la Cámara de Diputados y 128 del Senado para los siguientes seis años. A esto hay que añadir elecciones locales y estatales en 30 de sus 32 entidades federativas, una reordenación total del mapa político del país.
El candidato del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador (AMLO), logró —esta vez sí— una aplastante victoria en su tercera carrera electoral. En las dos anteriores, como candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), cosechó un 35,3% del voto en 2006 y un 32,6% en 2012. De la mano de Morena, plataforma creada a su imagen y semejanza en 2011 y oficializada en 2014, alcanza la presidencia con un 53,19% de apoyo en las elecciones y toma el relevo al saliente Peña Nieto. El grave desgaste de los actores políticos tradicionales y la voluntad de cambio que AMLO ha sabido encarnar le han otorgado una victoria sin paliativos.
Para ampliar: “México busca un nuevo presidente”, David Hernández en El Orden Mundial, 2018
Una de las características de este proceso electoral ha sido ver cómo las divisiones partidistas tradicionales perdían fuerza. Los tres candidatos —AMLO, Meade y Anaya— construyeron conglomerados eclécticos y plataformas políticas más allá de las estructuras partidistas que han moldeado la política las últimas décadas —PRD, Partido Revolucionario Institucional y Partido Acción Nacional—, un fenómeno que recorre todas las contiendas electorales del planeta: la personificación de la política.
Obrador, a las puertas de su confirmado mandato presidencial, ha conseguido canalizar una extensa voluntad de rotación de las élites en el poder. Sus más de 30 millones de papeletas avalan su particular vuelco a la clase política mexicana. Para ello, ha aprovechado el desgaste y pésima valoración de Peña Nieto, que también ha minado notablemente las posibilidades del candidato priista y exmiembro de su gabinete José Antonio Meade. El tercer candidato en liza —y segundo en las elecciones, a más de 30 puntos de AMLO—, Ricardo Anaya, no consiguió borrar las desconfianzas sobre su perfil e idoneidad surgidas durante la campaña.
Pero quedan por resolver dos importantes incógnitas tras el proceso electoral. En primer lugar, dado el gran nivel de concentración de poder que ha cosechado AMLO, especialmente en las cámaras y Gobiernos locales, ¿cómo funcionarán los menguados controles y equilibrios en su sexenio presidencial? ¿Sucumbirá Obrador a la tentación del hiperpresidencialismo? Al mismo tiempo, aún sobrevuelan dudas sobre su programa de gobierno y la brusquedad del volantazo al que pueda someter al país, a pesar de que ha dedicado grandes esfuerzos en enviar mensajes de tranquilidad a todos los sectores internos, especialmente económicos, y a sus aliados externos históricos. Su mensaje en la noche de la victoria electoral tuvo claramente este objetivo como cometido.
Como trasfondo de las elecciones, cabe destacar uno de los problemas endémicos del país: la violencia. Durante la campaña fueron asesinados la friolera de más de 120 políticos. Sin duda, el combate contra el crimen organizado, en muchas ocasiones vinculado a la corrupción o al tráfico ilegal de personas y drogas, y contra una agravada violencia estructural que castiga al conjunto del país serán tareas prioritarias del nuevo Gobierno. De igual forma, Obrador deberá enfrentarse al aumento de la desigualdad —un fenómeno mundial que padece especialmente Latinoamérica—, los feminicidios y los flujos migratorios como elementos destacados de su agenda gubernamental.
Para ampliar: “La conquista de la plaza: crimen organizado en México”, Jéssica Cohen y José María Blanco en El Orden Mundial, 2016
México y Estados Unidos, una relación de amor-odio
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha sumido en la incertidumbre la siempre peculiar relación entre México y Estados Unidos. Hay pocas cosas que escapen a la incertidumbre con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. La cancelación de la visita del presidente Peña Nieto, prevista para el 31 de enero, tras la polémica provocada por las obscenas demandas en torno al pago de la construcción de un muro en la frontera marcaría lo que se adivinaba como una relación áspera y tirante.
Sin embargo, a pesar de puntos de vista encontrados sobre muchos temas, particularmente el muro fronterizo, y la ira generalizada en México por la retórica ofensiva del presidente de los EE. UU. y la percepción de una agenda anti-México, ambos Gobiernos tienen interés en mantener relaciones constructivas. Hay demasiadas cosas en juego. Cabe subrayar que muchos de los desafíos que encaran ambos Gobiernos están relacionados con temas destacados de la agenda bilateral: comercio, migración y seguridad.
Cumpliendo con el compromiso del nuevo presidente estadounidense de renegociar el tratado de libre comercio con México y Canadá y en el contexto de las amenazas de retirarse de él si los dos países no estaban listos para modificar sus términos, las negociaciones para actualizar el acuerdo de 1994 comenzaron en agosto de 2017.
El objetivo principal de EE. UU. en las conversaciones para revisar el tratado norteamericano de libre comercio es abordar su importante déficit comercial de bienes con México —64.400 millones de dólares en 2016—. Con la renegociación del tratado —que Trump califica de “catástrofe” para el empleo de su país—, el Gobierno estadounidense pretende reubicar la producción industrial y los empleos vinculados que se han trasladado a México en las últimas dos décadas, una lógica que también hemos visto en la imposición de aranceles al acero y aluminio o sus convulsas relaciones comerciales con China o Europa. Asimismo, Estados Unidos trata de eliminar o condicionar las disposiciones y mecanismos que, considera, limitan su margen de maniobra para definir su política comercial.
Para ampliar: “El tratado norteamericano de libre comercio, en la encrucijada”, Trajan Shipley en El Orden Mundial, 2018
Si bien México no se ha opuesto a las negociaciones para revisar el tratado —también para actualizarlo y cumplir con los requisitos de los tratados de libre comercial de nueva generación—, le preocupa que las demandas estadounidenses anulen efectivamente las preferencias comerciales que han beneficiado a su sector manufacturero, por ejemplo mediante normas de origen más estrictas o aranceles especiales para determinados productos. Una de sus principales preocupaciones es la industria automotriz del país: en 2016 representaba el 3% del PIB y el 18% de la producción industrial y se calcula que proporciona, directa o indirectamente, cerca de dos millones de empleos.
Aun teniendo en cuenta lo enrevesado de las opacas negociaciones en curso, parecen estar avanzando a buen ritmo y podrían concluir próximamente. Existe un renovado optimismo entre los negociadores, buena muestra del tono cordial y amigable que Trump ha dedicado a AMLO desde su rotunda victoria electoral. Esta es, sin duda, una de las paradojas de las relaciones bilaterales actuales, una relación de amor-odio. La Casa Blanca ha llegado incluso a coquetear con la idea de acabar con la lógica trilateral del tratado excluyendo a Canadá, extremo que México siempre ha rechazado. La sintonía entre Trump y AMLO puede deberse a una reorientación estratégica de Washington, a la búsqueda de contraste con un vilipendiado Trudeau o simplemente a que AMLO, como Trump, ejerce el liderazgo de los hombres fuertes que tanto aprecia y respeta Trump.
Es en el plano migratorio donde podrían volver a saltar las chispas. Merece la pena recordar la agresiva agenda estadounidense en esta materia; la construcción de un muro a lo largo de los 3.200 kilómetros de frontera —que costaría decenas de miles de millones y cuya financiación ha bloqueado el Congreso— es un proyecto de difícil aplicación práctica. En segundo lugar, la intención declarada de deportar a los inmigrantes indocumentados, que podría afectar a alrededor de 11 millones de personas, también es de difícil materialización práctica y legal. En tercer lugar, la intención de la Administración Trump de poner fin al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), que brinda protección temporal a los jóvenes migrantes indocumentados.
Las tres iniciativas han creado una preocupación generalizada. Los mexicanos siguen siendo, de lejos, el grupo más grande de inmigrantes en los Estados Unidos, aunque su número se ha estancado o ha disminuido levemente en los últimos años. Los cálculos sugieren que hay alrededor de 5,6 millones de inmigrantes mexicanos indocumentados, aproximadamente la mitad de todos los mexicanos que viven en Estados Unidos.
Europa, ¿un nuevo aliado estratégico?
La llegada de Trump a la Casa Blanca está obligando al conjunto de actores internacionales a reorientar relaciones y reforzar alianzas. ¿El nuevo escenario internacional brinda una oportunidad para las relaciones entre México y la Unión Europea? Sin duda. Una alianza con convergencia de intereses, valores comunes y herramientas renovadas para su despliegue.
Europa siente la necesidad de desarrollar una política exterior propia y autónoma con el objetivo de no verse arrinconada por la tríada Washington-Moscú-Pekín y en defensa de unos valores que aspira a representar en el mundo y siente gravemente amenazados: multilateralismo, normas y diálogo para ordenar la relaciones internacionales —junto al universal ilustrado que representan las democracias liberales—, derechos humanos o igualdad de género. Al mismo tiempo, requiere de actores mundiales con los que respaldar el Acuerdo de París contra el cambio climático, el acuerdo nuclear con Irán o una globalización inclusiva y con normas exigentes. En este sentido, las relaciones con Latinoamérica en general y con México en particular cobran un nuevo significado.
Simultáneamente, México busca diversificar su economía y limitar su dependencia del mercado norteamericano. Aun siendo una economía muy abierta, con 12 tratados de libre comercio en funcionamiento, ocho de cada diez dólares que el país recibe cada año por exportaciones dependen de un solo socio: EE. UU. La elección de Trump ha funcionado como recordatorio de la fragilidad y vulnerabilidad que esta posición significa. Pero ¿es sustituible EE. UU.? Claramente, no. De la geografía es imposible escapar. Pero sí es factible un fortalecimiento de la diversificación de sus exportaciones, y pocos mercados más atractivos que el europeo —cabe recordar, el mayor del mundo—.
Europa no ofrece solo relaciones económicas. La UE puede ser un verdadero aliado y apoyo en la nueva agenda gubernamental en materia de combate contra la desigualdad, derechos humanos o mejora de la institucionalidad del país. Además, sus perspectivas son complementarias en los foros internacionales al tratarse de actores relevantes e influyentes en el G20, la ONU o la Organización Mundial del Comercio, espacios que van a necesitar voces fuertes en su defensa.
Para ampliar: “El aislamiento de Estados Unidos”, Andrea G. Rodríguez en El Orden Mundial, 2018
En este sentido, está en marcha el despliegue de una nueva herramienta para potenciar y fortalecer sus relaciones: la modernización del Acuerdo Integral UE-México. Las negociaciones comerciales y económicas concluyeron en abril de 2018 e incluyen cuestiones relevantes, como las normas de origen, las empresas estatales, el comercio de servicios, la propiedad intelectual, la lucha contra la corrupción, la mejora del proceso para resolver disputas comerciales y aspectos judiciales e institucionales. Pero, sin duda, el valor añadido recae sobre su dimensión política y de cooperación. El acuerdo debe construir sinergias que ayudarán a resolver los retos políticos y sociales que afrontan mexicanos y europeos y podría ser una palanca para una cooperación efectiva en los órganos multilaterales. Estamos pendientes de la aprobación, firma y ratificación de un instrumento con potencial para ser mucho más que la modernización del Acuerdo Integral.
Bajo estos parámetros, las relaciones entre México y España cobran un nuevo significado, que no solo tiene que ver con sus históricos lazos comunes, procesos migratorios o importante presencia económica e inversiones —en el caso español, claramente en los sectores financiero, de energía y telecomunicaciones—, sino con la nueva situación política de ambos países. Los recientes cambios que afectan al poder político y sus Gobiernos dotan a las relaciones bilaterales de un sentido especial. Ambos países van a tener los Gobiernos progresistas más relevantes y demográficamente más potentes de América Latina y Europa, obviamente con características propias y en contextos diferentes. El nuevo presidente español, Pedro Sánchez, lidera el Gobierno más importante de la socialdemocracia europea y AMLO presidirá el mayor país bajo lo que podríamos denominar ampliamente izquierda latinoamericana. Al mismo tiempo, ambos forman parte del cada vez más reducido club de los Gobiernos progresistas de las democracias mundiales.
Una relación renovada y fortalecida entre México y España y sus nuevos gabinetes no solo podría ser un puente privilegiado entre América Latina y la UE. Tiene el potencial para ser el mayor enlace político entre la izquierda latinoamericana y la socialdemocracia europea, ambas regiones con culturas vibrantes, economías dinámicas y sociedades abiertas. De esta forma, se podrían enmendar algunas disfunciones de las relaciones que tuvieron en el pasado estas extensas y heterogéneas familias políticas y reforzar sus redes de contacto para abordar retos comunes y mundiales. Sin duda, estamos ante una oportunidad para ambos países, ambas regiones y el conjunto de los progresistas.
Dilemas mexicanos fue publicado en El Orden Mundial - EOM.