Mientras escribo esto empieza a irrumpir el sol a primera hora de esta mañana, último miércoles de este extraño febrero primaveral. No sé por qué me gusta leer a ciertos autores cuando comentan los libros de los otros. Acostumbro a hacerlo orientado en casa en dirección al sol, cuyos rayos me obligan a hacer un esfuerzo añadido para leer, aunque es un esfuerzo –no me gusta que leer me resulte siempre tan fácil- que acabo agradeciendo. Esta mañana, por ejemplo acabo deencontrarme con un Vila-Matas fascinado ante quién pudiera tener el bastón de Artaud, símbolo supremo de la locura, al que su dueño le hizo poner una puntera de hierro con la que golpeaba violentamente los adoquines de París para sacar chispas con él. Artaud perdió ese bastón en su extraño viaje a Irlanda. A Vila-Matas, quien desconoce quién se quedó finalmente con su bastón, le hubiera gustado escribir una novela en la que alguien viaja a Dublín para investigar el paradero del bastón de Artaud. (*)
Lo enigmático del título hace referencia a la frase que Artaud le dijo al crítico André Franck: “Diles que son cadáveres y que jamás resucitarán de entre los muertos”, y con la que realmente quería decir “Vayan todos a la mierda”, una forma muy poética y elegante de expresar tal sentimiento de insatisfacción o contrariedad. Y ese mismo refinamiento y precisión domina todo el estilo de la novela, en el que destaca la destreza para el manejo de la analepsis y prolepsis literaria y una voz de narrador maduro ajeno a las tendencias actuales y a las novelas de factura sencilla (temas al gusto del mercado, de inmediata comprensión y fácil traducción). Diles que son cadáveres es una novela de un inconfundible estilo personal de un autor que ha puesto su mirada sardónica sobre un mundo y unos personajes al borde del caos personal, laboral o emocional, pero con una socarronería paródica y un enorme descreimiento.
(*) Enrique Vila-Matas, Diario Voluble (2008). pp. 103-104.