¡Dime cómo te llamas y te diré quién eres!

Publicado el 14 julio 2016 por Danila Hernandorena @universointerio

Los nombres que les damos a nuestros hijos tienen una importancia decisiva, ya que podemos impregnarlos con energía sonora positiva o negativa. Es muy común que en un árbol genealógico se traslade a través de las generaciones el nombre de un suicida o de un abuelo de carácter dominante, impidiendo al que nace ser quien es y obligándolo inconscientemente a vivir una vida que no le pertenece.

Algunos más de una vez deben haber experimentado el peso de un antepasado. Presta atención si llevas el nombre de un difunto o de alguien más del clan. Tener el nombre de un antepasado significa sentir algo que no nos es propio, sufrir traumas de otro, arrastrando angustias y depresiones. Poner a nuestros hijos nuestros nombres es un modo inconsciente y narcisista de querer permanecer en nuestros hijos, quitándoles la libertad y negándoles un lugar auténtico. Ese integrante siempre sentirá que vive la vida de otro.

Inconscientemente el clan familiar insiste en revivir y sanar un trauma y el medio es el nuevo intengrante, un conejillo de experimentación podría decirse. El nombre de una persona es significativamente determinante.

Alejandro Jodorowsky, que es uno de los maestros en la materia, dice:

En la mayoría de los casos, en los nombres se desliza el deseo familiar de que los antepasados renazcan. El inconsciente puede disfrazar esta presencia de los muertos no sólo repitiendo el nombre entero (en muchas familias el primogénito recibe el mismo nombre que su padre, su abuelo, su bisabuelo; si es mujer puede recibir un nombre "masculinizado" que pasa por ejemplo de Francisco a Francisca, de Marcelo a Marcela, de Bernardo a Bernarda, etc.).

Este nombre, si viene cargado de una historia, a veces secreta (suicidio, enfermedad venérea, pena de cárcel, prostitución, incesto o vicio, quizás de un abuelo, una tía, un primo), se hace vehículo de sufrimientos o de conductas que poco a poco invaden la vida de quien lo ha recibido. Hay nombres que aligeran y nombres que pesan. Si una hija recibe de su padre el nombre de una antigua amante, queda convertida en su novia para toda la vida. Si una madre que no ha resuelto el nudo incestuoso con su padre da al niño el nombre de aquel abuelo, el hijo, preso en la trampa edípica, se verá impulsado a imitar al antepasado admirándolo y al mismo tiempo detestándolo, por ser un rival invencible.

Aquellas personas que reciben nombres que son conceptos sagrados (Santa, Pura, Encarnación, Inmaculada, etc.) pueden sentirlos como órdenes, padeciendo conflictos sexuales. Aquellos bautizados como ángeles (Angélica, Rafael, Gabriel, Celeste, etc.) pueden sentirse no encarnados. Los Pascual, Jesús, Emanuel, Cristian o Cristóbal es muy posible que padezcan delirios de perfección y a los 33 años tengan angustias de muerte, accidentes, ruinas económicas o enfermedades graves.

A veces los nombres dados son producto del deseo inconsciente de solucionar situaciones dolorosas. Por ejemplo, si un hombre cuando era niño fue separado de su madre, llamará a su hijo Juan-María, realizando en ese doble nombre su deseo de unirse con ella. Si un pequeño muere, al que le sigue lo pueden llamar René (del latín renatus, lo que significa "renacido"). Si un antepasado fue detenido, para vergüenza de su familia, por haber cometido una estafa o un robo, a un descendiente directo se le puede bautizar como Inocencio.

Si una mujer con fijación incestuosa se casa con un hombre que tiene el mismo nombre que su padre, puede engendrar hijos que padezcan una confusión generacional: inconscientemente, al vivirse como hijos de su abuelo, considerarán a su madre como una hermana, lo que les provocará inmadurez. Si después de una niña nace un niño al que se le bautiza con el nombre de ella masculinizado (Antonia seguida de Antonio, Francisca seguida de Francisco, etc.), puede denunciar que el nacimiento de la nena fue una decepción y la joven, considerándose el esquema de un futuro hombre, puede vivir sumida en un doloroso desprecio a sí misma, sintiéndose incompleta.

Significado inconsciente de los nombres

El inconsciente, por su naturaleza colectiva, esconde significados en los nombres que el individuo, sin conocerlos conscientemente, padece. Los nombres de santos inducen cualidades, pero también transmiten martirios. Algunas María pueden verse asediadas por el deseo de engendrar a un niño perfecto. Algunos José pueden tener dificultad para satisfacer a una mujer. A santa Valeria le cortaron la cabeza: las mujeres que reciben este nombre pueden tender a la locura. Ciertas Mercedes, nombre que desciende del latín merces (salario, pago), pueden ser tentadas por el comercio, ejercido con honradez.

Los nombres, en el inconsciente, funcionan como mantras (versos tomados de las obras védicas y usados como encantos). Estas palabras, por su repetición constante, originan vibraciones que producen determinados efectos ocultos. Los brahmanes creen que cada sonido en el mundo físico despierta un sonido correspondiente en los reinos invisibles e incita a la acción de una fuerza u otra. Según ellos, el sonido de una palabra es un eficaz agente mágico y la principal llave para establecer la comunicación con las entidades inmortales. Para la persona que desde que nace hasta que muere repite y escucha repetir su nombre, éste funciona como un mantra. Pero un sonido repetido puede ser benéfico o dañino. En la mayoría de los casos el nombre consolida una individualidad limitada.

El ego afirma "Soy así y no de otra manera", perdiendo fluidez, anquilosándose. Los grandes adeptos de la Magia, como Éliphas Lévi, Aleister Crowley o Henri Corneille-Agrippa, afirmaron que el ser humano tenía dos cuerpos, uno físico y otro de luz (también llamado cuerpo energético o alma) el que, por ser sagrado, no podía tener un nombre personal. El nombre que se pronuncia, unido como una sanguijuela al cuerpo físico, sólo manifiesta la individualidad ilusoria de la persona. El cuerpo de luz forma parte del impronunciable nombre de Dios. El propósito de estos magos era desarrollar o recordar el cuerpo de luz, integrándolo en la conciencia cotidiana. Si se alcanza un equilibrio funcional del cuerpo de luz con el cuerpo físico, el ego egoísta queda eliminado. La toma de conciencia del ser esencial abre la puerta de la libertad al dejar de estar encadenado a su nombre de pila, si éste se vive de forma dolorosa.

Texto extraído del Manual de psicomagia " Consejos para sanar tu vida " de Alejandro Jodorowsky,.

El nombre que les ponemos a nuestros hijos es una energía que llevará toda la vida. ¡Procura impregnarlos con energía alegre y vivificante!.

¡Bendiciones infinitas desde el alma!

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