Santiago Rivero (Izquierda) junto con Alberto García Erauskin en el evento "Houston tenemos un problema"
Una línea de acción para mejorar la situación de déficit es actuar sobre el gasto, tomando las medidas precisas para prescindir de todo lo superfluo o incluso limitando aquellas partidas que, siendo convenientes, no sean estrictamente necesarias. Lo realizado en este sentido parece que no es suficiente: las sobredimensionadas estructuras administrativas no se han adelgazado, la mayor parte de las sociedades públicas ahí siguen, con una actividad lánguida, pues no están dotadas de los presupuestos para desarrollar su actividad, y en bastantes casos son redundantes. Parece que las medidas de austeridad se centran fundamentalmente en la sanidad y la educación, cuyos efectos a medio plazo son fácilmente predecibles. El otro aspecto del déficit, los ingresos, se resolvió de una forma expeditiva y no demasiado ingeniosa: aumentando la presión fiscal. El problema es que esta medida no funciona de igual modo cuando afecta a una población cuya situación económica es desahogada y cuenta con suficientes ahorros, que cuando se aplica a una población agobiada por la falta de ingresos como consecuencia del paro y endeuda por los créditos que tiene que devolver. El efecto de estas medidas es una reducción, en muchos casos dramática, de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos. Y aquí empieza a asomar el efecto sistémico: este deterioro de la capacidad adquisitiva se traduce en una reducción del consumo y por tanto de la demanda, lo que lleva a un encogimiento de la actividad de aquellas empresas que tienen la mayor parte de su negocio en el mercado interno, las cuales se ven forzadas a tomar medidas como la reducción de salarios o la disminución de plantillas, lo cual vuelve a incidir en la reducción de la capacidad adquisitiva de la población y en un mayor deterioro del tejido empresarial, estableciéndose así un bucle de recesión progresiva. Si a lo expuesto se añade que el efecto sicológico de la reforma laboral, que lleva a muchos a contraer aún más su consumo por lo que pudiera pasar, o los efectos adicionales, en lo que a la demanda se refiere, de las medidas de reducción del gasto, la creación de empleo se perfila como una utopía, porque la condición absolutamente necesaria para el aumento de las plantillas es el crecimiento económico. En esta situación, el empleo joven es el que se llevará la peor parte, dado el lastre que supone la falta de experiencia de quienes buscan su primer trabajo. Por todo ello, entiendo que no se debería hablar de medidas para promoción del empleo joven, sino de medidas para promoción del desarrollo económico, para lo cual las tomadas hasta el momento no son ineficaces, sino nefastas. Por cierto, debido a los efectos frecuentemente contra-intuitivos de la dinámica de sistemas, el aumento de la presión fiscal puede conducir a una disminución de la recaudación, como consecuencia del deterioro de la economía (a nivel de las empresas y de las personas) que puede llegar a provocar.¿Hay medidas que nos pueden sacar de este vórtice? Creo que sí, pero no las que se han venido aplicando. Por el camino que vamos, nuestros jóvenes tienen ante ellos un panorama realmente complicado.