En 1995, cuando preparé el proyecto docente para concursar a la plaza de profesor titular de universidad, decidí que la dinámica de sistemas y su aplicación a la explicación del desarrollo psicológico fuese uno de los temas centrales de mi proyecto. En aquél momento se trataba de un enfoque bastante novedoso en el terreno de la psicología. Nacido en el campo de la ingeniería a finales de los años 50, sus aplicaciones se ampliaron rápidamente a áreas como la física, la economía, la biología o la química. Se trata de un modelo especialmente útil para explicar el funcionamiento de sistemas complejos, y no cabe duda de que el ser humano y su desarrollo lo son.
A mí me resultó tremendamente interesante ese planteamiento teórico, pero creo que al tribunal que valoró mi proyecto docente no tanto (aunque eso no me impidió obtener la plaza), lo que me llevó a pensar que en aquel momento el terreno no estaba abonado aún para que germinaran esas ideas. Mi vaticinio era que en los próximos años íbamos a asistir a un florecimiento de las aplicaciones de la dinámica de sistemas al estudio del desarrollo humano.
No debo ser un buen profeta, ya que han pasado cerca de 15 años, y la situación no ha cambiado demasiado: algunas investigaciones con ese enfoque, entre las que merecen una mención especial los estudios de Esther Thelen sobre el desarrollo motor en la primera infancia, algunos monográficos en revistas importantes (Developmental Review, British Journal of Developmental Psychology), y un puñado de artículos sueltos.
La dinámica de sistemas ofrece algunos conceptos muy útiles para el psicólogo evolutivo, tales como el de la no linealidad y discontinuidad de los procesos, muy interesante para entender las discontinuidades que tan frecuentemente encontramos en el desarrollo infantil ¡Qué sería de la psicología evolutiva sin la existencia de etapas!
O la idea de la auto-organización, es decir, la asunción de que la evolución de un sistema a lo largo del tiempo no está determinada de antemano, sino que emerge de la cooperación entre distintos elementos o subsistemas que pueden combinarse de formas muy diversas.
O el concepto de estados atractores, que indica una tendencia probabilística a que surjan a lo largo del desarrollo determinados patrones de comportamiento, que sin estar determinados o programados genéticamente resultan bastante estables. Por ejemplo, la permanencia de objeto o la configuración de movimientos que adopta el caminar típico de los seres humanos serían atractores muy estables, cuya estabilidad sólo podría ser alterada por circunstancias especiales.
En fín, la dinámica de sistemas ofrece herramientas muy ínteresantes para comprender y explicar cómo tiene lugar el desarrollo motor, socio-emocional y cognitivo del ser humano, pero parece que tendremos que seguir esperando algunos años más para que este enfoque genere más frutos en nuestro campo.