Jens Lapidus es un abogado sueco que encontró en la escritura, una forma de escapatoria a su trabajo y a los cambios negativos que observaba a su alrededor. Según su experiencia ante los tribunales, las mafias y organizaciones criminales empezaban a instalarse en su, por tradición, tranquilo y poco violento país.
Y sin darse cuenta, lo que narraba en su tiempo libre como una forma de terapia, se convirtió en un bombazo de la literatura mundial. En 2006 publicó la primera parte de su Trilogía Negra de Estocolmo, Dinero Fácil, y en los próximos meses se publicará el tomo que cierra esta apasionante, radical, fresca y hasta, aunque su humor sea el típico distanciamiento nórdico de la realidad, divertida muestra de lo mejor que se edita, hoy en día, en este género.
Nadie es perfecto, ya se sabe, y confieso ser un adicto de la novela negra y, si es azabache, mejor. Jens Lapidus tiene garra en su escritura, describe perfectamente a sus personajes y utiliza las expresiones de la calle (léase palabrotas, tacos y demás lindezas) con tanto arte como la gloriosa Emilia Pardo Bazán, en 1882, en su novela más naturalista, La Tribuna. Además, y quizás alguien se escandalice con la comparación, utiliza la técnica de Balzac, de hacer reaparecer dentro de una historia a los personajes de otro libro, con su misma habilidad.
La energía del cine sueco no tiene rival europeo en estos momentos. Una cinematografía que está produciendo trabajos tan creativos como Morse (remake americano Déjame entrar), la trilogía Millennium (próximo remake americano de David Fincher próximamente) y Dinero fácil (sus derechos de adaptación acaban de ser adquiridos por los estudios americanos y se apuesta por Zac Efron como protagonista). Daniel Espinosa, sueco de nombre bien español, ha dirigido una película tan agitada como la ambición de su protagonista, el excelente Joel Kinnaman. Inteligente estudiante de una escuela de comercial al que le encanta vestirse a la última moda, frecuentar a sus amigos riquísimos y/o de buena cuna y lucir el reloj más caro posible. Lo tiene todo excepto el dinero necesario para que sus amigos no descubran que desciende de una familia humilde, trabaja como taxista para poder pagar sus estudios o que en las fiestas deja su destartalado coche a un kilómetro de las mansiones lujosas de sus compañeros de juerga.
No es Ícaro, que ha olvidado la salida del laberinto de esta dinámica del delito, sino un insignificante insecto, devorado por la avaricia, que se ha acercado demasiado a luz. Un perfecto reflejo de una sociedad que está perdiendo sus valores esenciales, y en la que un grupo representativo de los diferentes orígenes que componen el país, árabes, latinos y autóctonos, juega con la dinamita más destructiva que existe: la ambición mezclada con la ignorancia. Menos mal que esto únicamente sucede en Suecia.