16.000 millones de euros, una cifra que marea si la traducimos a las antiguas pesetas. A eso ascienden los beneficios de las farmacéuticas que fabricaron la vacuna de la epidemia inexistente, la gripe A, la misma de la que tenemos millones de dosis pudriéndose en nuestros almacenes.
A mí, personalmente, lo que me satisfaría sería condenar a la directora de la OMS, Margaret Chan, a la ministra de los bichitos alevosos y prohibiciones tabaqueras, “la Trini”, y a cuantos de una forma y otra, por interés o por pura estulticia, contribuyeron a este dislate, a trabajos forzados de por vida, hasta que restituyeran una fracción de lo que nos ha costado la broma.