Dinero que desapareció

Publicado el 16 diciembre 2012 por Vigilis @vigilis
El Gobierno trata de acercarse al objetivo de déficit machacando a la menguante clase media. Sin embargo, de reducir los gastos no quiere ni oír hablar. Porque si bien es cierto que con la crisis hay partidas que se disparan, no es menos cierto que se parte de un presupuesto que estaba inflado en partidas de no-crisis.

A mi plin, yo duermo en Pikolín.

¿En qué me baso para decir que partimos de partidas infladas? En los datos. En 2011, los más de tres millones de empleados públicos tuvieron un coste salarial de 123.000 millones de euros. Vale, son lo que cuestan. Pero es que en 2001, los 2,5 millones de empleados públicos tenían un coste de 69.000 millones. ¿Ha cambiado igual el número de empleados públicos que su coste salarial?
Papel y lápiz (y goma, que no somos de Letras).
De 2,5 millones a 3,1 millones, hubo un incremento de 600.000 empleados públicos. 600.000 es un 24% de incremento en diez años.
De 69.000 millones a 123.000 millones, hubo un incremento de 54.000 millones de euros. 54.000 es un 78% de incremento en diez años.
(Nota: por comparar, en 2001 la población era de 41 millones y en 2011 de 47 millones, el incremento de población fue del 15%).
Es decir, un incremento del 24% en los empleados públicos, vino parejo a un 78% de incremento de su coste.
No voy a ser malvado y aceptaré una inflación de 2001 a 2011 de un 36%. De mantener fijo el número de empleados, los 69.000 millones que costaban en 2001, supondrían hoy 94.000 millones de euros (29.000 millones menos de lo que costaron en 2011). Pero voy a ser malvado y a suponer que los nuevos 600.000 empleados son imprescindibles. Bien, no quiero que nadie pierda poder adquisitivo así que los 3,1 millones de empleados estarían costando 116.000 millones de euros (7.000 millones menos de lo que costaron en realidad en 2011).

Eran otros tiempos, ¿verdad Jaume?

Los malos, quienes creen que todos los empleos públicos son imprescindibles, deben reconocer que hubo 7.000 millones que volaron. El Estado tiene una serie de herramientas para corregir sus gastos, entre ellas, el sueldo de los empleados públicos. Si durante diez años actualizó los salarios muy por encima de la inflación, cuando vienen mal dadas hay que corregirlo. Mejor dicho, primero cárcel para quienes gobernaron de 2001 a 2011, y luego corregir el desfase.
Nótese que no defiendo que el trabajador público deba perder poder adquisitivo. Nos pueden devolver los 7.000 millones que les dieron sus jefes y no pierden nada de poder adquisitivo. Ok, esto no se puede hacer, pero diablos, hay que identificar los polvos que se transformaron en lodos y que se nos meten por la garganta.

Ah, la maravillosa Operación Chamartín. En los papeles desde 1993, se iniciarán las obras en 2015. 3 millones de metros cuadrados. 11.000 millones de lereles. Fantástico.

Es que no se puede aceptar que en época de (falso) crecimiento, se quemaran los billetes como si fueran monjes budistas delante de una embajada china cualquiera. Claro, ahora la gente protesta. Cuando se aumentaba el valor de los salarios que el Estado controla muy por encima de la inflación, no veía yo a los sindicatos y demás gente de malvivir armándola en la calle. Protestan ahora. Son de un elemental que flipas.
Bueno. Todo esto no tiene ningún sentido si no aprendemos la lección de que cuando vienen bien dadas, hay que guardar en la cajita, para que así cuando falte la pasta... te cueste menos pagarte los vicios.

«Si la borrasca cambió de una forma impredecible no lo pueden predecir, pero si no lo predicen quienes lo tienen que predecir, ¿cómo piensan ustedes que lo vamos a predecir aquellos que estamos esperando la predicción?» (28-I-2009).

Claro que, en España, con el síndrome del hambre que padecemos, ¿qué político se puede abrir paso cuando corre el cava y el marisco y decir «relajaos un poco»? Alguien dirá que uno liberal (por su alergia al gasto del Estado), pero durante demasiado tiempo los liberales han sido fagocitados por un PP tan grasiento como socialdemócrata. Así no se puede. Lo terrible de la crisis es que no veo que aprendamos lecciones. La gente desea que se acabe (sin mirar el número de bajas por hambre y frío) para poder volver a lo de siempre. ¿Qué es lo de siempre? Pues en un país que aborrece el capitalismo popular, especular con el ladrillo. La gente siempre necesitará casas, el ladrillo nunca baja, la vivienda es una inversión. ¿Y cómo será posible? Pues por el sistema de compra de voluntades que tienen los políticos: pensiones de jubilación, ayudas a la «cultura», equipamientos públicos para ganar al pueblo de al lado, compra de voluntades en la prensa, etc.
El tema aburre, pero hay que contarlo.