“Ding, dong, the witch is dead!”: The city of the dead, un grimorio artesano. Los caminos inclinados del cine olvidado llevan al hotel del horror

Publicado el 30 junio 2010 por Esbilla

The city of the dead (aka: Hotel Horror)

Director: John Llewellyn Moxey

1960

Gran Bretaña

76 min.

Fotografía: Desmond Dickinson

Música: Douglas Gamley

Guión: George Baxt y Milton Subotsky

Reparto: Dennis Lotis, Christopher Lee, Patricia Jessel, Tom Naylor, Betta St. John, Venetia Stevenson, Valentine Dyall

Toca quitarle el polvo y extender los metros de celuloide añejo de una de esas películas olvidadas, que sin suponer ninguna clase de obra maestra perdida si merece una buena salva de aplausos, tanto por la elegante manera en la que supera su pobreza presupuestaria, convocando la seductora y misteriosa puesta en escena de las producciones de Val Lewton, compartiendo además el regusto legendario y atávico de estas, como por la original manera de acercarse, o referirse, al universo del terror propio de H. P. Lovecraft. La película es, claro, The city of the dead dirigida en 1960 por John Llewellyn Moxey y también conocida como Hotel Horror y es uno de esos títulos perdidos en el marasmo de las producciones independientes norteamericanas y británicas de los últimos 50 y primeros 60 que justo ahora comienzan a revalorizarse o directamente a conocerse, trabajos de una asombrosa audacia formal y/o conceptual que si bien corren el riesgo de pasar de  una extremo al otro, es decir del total ninguneo a la adoración sin medida no es menos cierto que merecen su porción de entusiasmo y defensa acérrima.

Títulos ignorados ayer y de culto hoy como el tétrico carrusel triste del Carnival of souls (1962) de Herk Harvey o la desoladora negrura del hard-boiled existencialista de Blast of Silence (1961) realizado, escrito y protagonizado por Allen Baron, director preferentemente televisivo que compartió créditos con Moxey en las obras completas sobre el intrépido periodista de lo oculto Carl Kolchak, génesis de esa rareza de la televisión de los 70 titulada precisamente Kolchak: the night stalker e igualmente protagonizada por un inconmensurable Darren McGavin. Moxey se encargó de The night stalker en 1972 y Dan Curtis de su secuela un año posterior, The night strangler, ambas bajo guión nada menos que de Richard Matheson mientras Baron firmó cuatro de los veinte episodios emitidos entre 1974 y 1975 (donde el fundamental David Chase ejercía de guionista, por cierto), compartiendo créditos con directores como Gordon Hessler o Vincent McEveety que cuenta con un muy interesantes western de tardío clasicismo en su haber: Los malvados de Firecreek (1967).

Pero aunque Moxey sea un director curiosos y un fenomenal representante de la historia de la televisión norteamericana no creo que sea en ningún caso la figura primordial de este film, sino más bien una pieza más de un mecanismo colectivo en el cada cual tenía su función. Entre estas pequeñas piezas dentadas que se empujan unas a las otras se encuentran sus dos guionistas, George Baxt que un año antes había escrito la muy curiosa Circus of Horrors contando con el protagonismo del gran Anton Diffring y  la dirección del televisivo Sidney Hayers con quien repetiría en 1962 en otro film  de temática nigromante, Burn, Witch, Burn! (aka: Night of the eagle), co-escrito a seis manos con el imprescindible y ubicuo Richard Matheson y con Charles Beaumont, colaborador de Roger Corman en La obsesión (1962), en The intruder (1961) donde adaptaba su propia novela y en la mítica La máscara de la muerte roja (1964), acompañado aquí por R. Wright Campbell, otro habitual de la escudería Corman. El segundo escritor de The city of the dead es Milton Subotsky, pronto fundamental libretista y productor para la Amicus, compañía de la que además fue co-fundador junto a Max J. Rosenberg y en la que estuvo detrás de la instauración de los filmas de sketches como marca distintiva de la casa y de pequeños clásicos de mayor o menor calidad pero máximo interés tales que Doctor Terror (1964), La maldición de la calavera (1965) o Condenados de ultratumba (1972) para Freddie Francis y también The Vault of Horror (1973) para Roy Ward Baker) todos ellos adscritos a esta añorada modalidad, a excepción del segundo una historia de Richard Matheson (de nuevo) sobre los poderes malignos que irradia el cráneo del Marques de Sade. Además, y ya saliendo del horror, Subotsky fue responsable de las dos entrañables entregas cinematográficas sobre el Doctor Who encarnado por Peter Cushing en Doctor Who y los Daleks y Daleks’ Invasion Earth: 2150 A.D. ambas de Gordon Flemyng en 1965 y 1966 respectivamente.

Al igual que Moxey, Baxt y Subotsky se había iniciado en la televisión a finales de los 40 y principios de los 50 aunque el primero lo haría en Inglaterra y los otros dos en Estados Unidos, incorporándose rápidamente el director a un extraordinariamente activo mercado USA que en muchos aspectos comenzaba a recoger el testigo de la producción “b” de los estudios. Una larga época (entre estos inicios y mediados de los 70) llena de sorprendentes hallazgos, riesgo e ingenio. Apasionante de historiar y extraordinariamente compleja de rastrear (valga el laberinto de nombre e interferencias consignado arriba) debido al colosal hormiguero de profesionales que entrecruzaron sus carreras en uno u otro momento y en el que realmente sorprenden los nombres y personalidades que se pueden encontrar trabajando en y por este esplendor.

Pero paradójicamente este film será rodado en Inglaterra y bajo bandera británica aunque sus responsables trabajaran en ese momento en los USA y la misma historia no solo se ambiente en Nueva Inglaterra sino que beba a conciencia de la imaginería propia de las brujas de Salem y del gótico americano.

A todo esto hay que añadir un impulsor más: Christopher Lee, hasta donde he podido saber nada más que actor aquí, dando vida un profesor universitario con debilidades por las ciencias oscuras que impresiona a una d sus jóvenes estudiantes hasta el punto de que esta decide investigar los sucesos que terminaron con la ejecución en la hoguera de Elizabeth Selwyn (sensacional Patricia Jessel, actriz eminentemente televisiva  a la que solo recuerdo por un papelito en un capítulo de El Prisionero y por su intervención en la descacharrante Golfus de Roma de Richard Lester en 1966) acusada brujería y satanismo. Pero no es difícil imaginar que el actor pondría de su parte por intervenir y lanzar con su presencia (en 1960 ya había sido Drácula en un fenomenal taquillazo) una cinta que se acercaba mucho a sus intereses personales acerca del ocultismo y el paganismo del mismo modo en que en 1968 promocionó la adaptación de una novela del especialista en estos asuntos y amigo suyo Dennis Wheatley en la excelente The Devil rides out (1968), una de las piezas más injustamente minusvaloradas del repertorio de Terence Fisher o que puso todo su empeño en sacar adelante un proyecto tan querido y dificultoso como The wicker man (1973), obra ya de culto dirigida por Robin Hardy y protagonizada por un genial Edward Woodward, interprete extraordinario que mereció más suerte.

Estos son los hombres que nos llevan a través de ese pueblecito perdido en el tiempo, pozo de satanismo y malignidad subyugante que permanece inalterable bajo el poder de la brujería (justo encima podeis ver el paseo completo). Un film pequeño y algo desequilibrado, un tanto desafortunada en algunos aspectos  (especialmente los personajes del hermano y novio de la protagonista, estúpidos y horriblemente interpretados) que se adueña al instante del requiebro narrativo, y de algún que otro elemento más, de Psicosis con mucho garbo (lo que certifica el impacto de la obra maestra de Hitchcock estrenada apenas unos meses antes) y se sostiene, sobre todo, en un sensacional trabajo visual, a veces tan extraordinario, tan sumamente elaborado que está al borde del exceso enfático.

Hipnótico en cualquier caso, brilla con un encantamiento singular de una niebla densa que cubre como un manto irreal todo el pavimento en los aterradores nocturnos del pueblo, tomados en planos levemente inclinados y poblados de figuras humanas bien poco hospitalarias (notablemente conseguida sensación de deja vu durante el paseo del hermano)  que reproducen una especie de siniestro simulacro de normalidad (¿puede intuirse una posible influencia sobre el mundo zombi de Romero?) y en momentos de puro cuento perverso como la búsqueda de un pueblo literalmente fantasma, una suerte de Brigadoon diabólico, por parte de la protagonista, la llegada al motel, el encuentro con el cura en una iglesia que resulta casi más amenazadora que otra cosa con ese cura ciego literalmente tragado por una mancha de oscuridad densa, el simbólico poder de la cruz y el rayo en su demencial climax final en el cementerio, etc…

En definitiva, un obra a (re)descubrir de la que no quiero destripar demasiado (prefiriendo en esta ocasión un enfoque más historiográfico que literario) y que, nueva confluencia, propone un prólogo antológico que incluye una extraño efecto de rebobinado: la cremación de la bruja protagonista por parte de una turba de aldeanos que antecede en su estética e intenciones a la apertura de La máscara del demonio, filmada también en 1960 por el fundamental de Mario Bava y viga maestra del gótico italiano.


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