Vaya por delante que jamás me he sentido un patriota, ni siquiera después de que mis juegos infantiles se desarrollaran intramuros del regimiento militar en el que me crié. Pienso como Flaubert, que todas las banderas están manchadas de sangre y de mierda, y me considero un ser humano al que le entristece lo mismo la desgracia de un somalí que la de un compatriota. Siempre consideré que el hombre levantó fronteras con el único objetivo de que hubiese nuevos centros de poder; allá donde hubiera una nueva nación habría un nuevo gobernante. Y siempre he creído, también, que la multitud y el rebaño serán eternamente odiosos y que la mucha gente sólo es buena para las guerras y para los entierros. Y me dan mucho miedo los sátrapas, druídas y hechiceros que consiguen que lo que para la mayoría es un simple trapo para algunos pueda ser bandera.
Por eso es hora de reivindicar, como es debido, el nacimiento de una nación que hace poco más de tres siglos, era sólo tierra prometida, y que hoy, con 300 millones de habitantes distribuídos en 50 estados y un distrito federal, constituyen la más poderosa economía del planeta.
Javier Ares periodista
Javier es un periodista deportivo, uno de los grandes narradores del deporte en la radio.
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