Dios contra el hado

Por Daniel Vicente Carrillo

Todo lo que actúa según naturaleza, realiza el máximo de su poder y facultad, v.gr., el fuego quema hasta el extremo, no de manera suave o dentro de unos límites, sino cuanto le es atribuido por naturaleza. Luego si la primera causa actúa según naturaleza, como quiere Aristóteles, lógicamente infunde toda su fuerza, que ciertamente es infinita, en la causa segunda, por la misma razón las causas segundas otorgan fuerza infinita a las causas terceras, y éstas a las siguientes hasta llegar a las últimas; es decir, lo que es finito, fluctuante, caduco, se enriquece y aumenta con cierta fuerza y poder infinito. Así lo confiesan todas las familias de filósofos incluidos los epicúreos, existe una primera causa de infinito poder y bondad. Y de ese modo se igualaría el poder de todas las causas, la causa segunda con esta potencia infinita, uniéndose al cielo finito y acabado no actuaría ni se movería el tiempo. Esto parecía tan absurdo a Averroes, que apartándose de la tesis de Aristóteles separaba la causa primera del movimiento del cielo y unía la causa segunda con el primer orbe y finito, para no mezclar lo finito a lo infinito, lo duadero a lo caduco en una serie de conexión necesaria. 
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Colegimos que la primera causa es libre, no natural, no violenta. Porque si se viera forzada, en Dios no habría voluntad libre y sería necesario que fuese forzada por una causa superior, igual o inferior. No por una superior, porque nadie es superior al supremo; no por una igual, porque no lo sería, si pudiera ser forzado; no puede ser obligado por sí mismo, mucho menos por una causa inferior o más débil, pues la causa superior es tan rica en tantas y tan grandes obras que no puede ser mayor. Luego la naturaleza de Dios no sería poderosísima y excelente, si se sometiera a aquella necesidad y naturaleza con la que se rigen el cielo y la tierra y todo este mundo, y aquella fuerza y poder estarían dotados de una fuerza mayor y mejor que el mismo Dios.

Bodino