Lo que es cierto es que las construcciones religiosas preponderantes hoy en día provienen de Oriente, de donde derivan los dogmas básicos de judaísmo, cristianismo e islam:
"La historia judía se remonta a las viejas tradiciones bíblicas, sin embargo, muchos de esos episodios nunca existieron o tienen antecedentes en otros cultos, y son reproducciones casi iguales de anteriores religiones orientales. El mito del Dios redentor procede de Oriente. El paraíso y el infierno tienen origen en las mitologías orientales; paraíso es un vocablo persa que significa jardín. La desobediencia de la primera pareja y su expulsión del paraíso la comparte con el brahmanismo. En la mitología persa, el demonio en forma de serpiente inducía a los primeros seres humanos a la desobediencia. Los ángeles de la guarda tenían su precedente en los espíritus protectores de los paganos. La orden de Jehová a Abraham de sacrificar a sus hijos para probar su fidelidad es una copia del brahmanismo: Braham ordenó a Adisgata, uno de sus más fieles devotos, a sacrificar a su hijo. La leyenda del diluvio universal encuentra su fuente en los Vedas. La religiosidad hinduista y el paganismo griego, surgidos en el siglo VI, son insoslayables de los orígenes de la religión judeocristiana."
Aunque realiza un repaso por la historia mundial de las religiones, a Sebreli le gusta sobre todo analizar la adaptación de las mismas a la modernidad, sobre todo a partir de la época de Francisco, un papa al que califica de populista, que trata de cambiar la imagen de la Iglesia para que en el fondo todo siga siendo igual, una Iglesia que en los últimos años ha sido protagonista de tremendos escándalos económicos y sexuales que se han intentado tapar pero no se ha podido y que al final se han afrontado de la peor manera posible, tratando de silenciar a las víctimas con dinero y castigando a los culpables en muchas ocasiones conforme a las disposiciones del derecho canónico. La alianza entre religión y poder sigue siendo sólida e históricamente ha justificado todo tipo de violencia, represión y guerras:
"Las religiones monoteístas fueron intolerantes, violentas y belicistas porque estuvieron unidas al Estado al que, a su vez, servían de estímulo y de justificación ideológica para las guerras. Tanto Jehová como Alá fueron dioses de la guerra que incitaban a la conquista. Durante la diáspora y hasta la creación de Israel, la religión judía, al carecer de Estado nacional, fue pacífica; se observa, de ese modo, que la funesta alianza entre religión y política está en el origen de los grandes crímenes colectivos. El cristianismo dejó de ser causa de guerras a partir de la secularización de las sociedades occidentales. El islamismo siguió siendo guerrero por la sobrevivencia de Estados teocrático."
Aunque el cristianismo no ha tenido más remedio que adaptarse y renunciar a muchos de sus antiguos privilegios, una buena parte del islam más radical sigue incitando a la yihad basándose en la lectura literal de textos del Corán. Lo cierto es que la Biblia podría ser interpretada del mismo modo, sobre todo el Antiguo Testamento, puesto que Jehová es un Dios celoso y sanguinario cuando toca serlo, que incita a su pueblo elegido a conquistar y someter a sus vecinos y lo castiga por la más nimia de las faltas. Uno de los cimientos principales de la religión es el miedo. El miedo a un poder absoluto que todo lo ve y todo lo sabe, que exige la perfección del hombre, el cumplimiento de normas estrictas e irracionales cuyo mínimo quebrantamiento puede derivar en una condena eterna. Pero eso no es lo más difícil. Lo complicado es mantener la fe en un mundo cada vez más secularizado, en el que la ciencia va desmontando uno tras otro unos dogmas que parecían eternos, como el de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios o el de nuestro mundo como centro del Universo.
Dios en el laberinto tiene mucho de obra monumental, de culminación de una larga vida intelectual, en la que se vuelca una impresionante cantidad de lecturas y conocimientos. Se trata de un ensayo muy personal, por lo que se puede estar de desacuerdo con algunas opiniones del autor, pero en todo momento es una lectura apasionante repleta de puntos de vista muy particulares. Al final Sebreli se declara agnóstico, algo lógico sabiendo que el conocimiento es un concepto sometido a continuos cambios, pero que el hambre de eternidad del ser humano, su rechazo del concepto de muerte e inexistencia siempre va a estar presente.