Dios (bueno, más bien los atributos con los que sus diplomáticos terrenales le definen), pese a ser Uno e indivisible, posee una asombrosa maleabilidad en función de los tiempos y sus modas. Así, su iconografía publicitaria varía a lo largo de los siglos, adaptándose a los gustos y las estéticas de cada momento histórico. Hoy toca entrar en las redes sociales para ganarse a la feligresía joven, picardeada por el laicismo; insertarse en el folclore popular, llevar a Dios allí donde la juventud orea su identidad. Dios mismo ha decidido -en un esfuerzo de mutabilidad extraordinaria- representarse a través de la imagen arquetípica de su hijo, Jesucristo, en diversos objetos de uso común entre la chiquillada. Un acto -todo hay que decirlo- de profunda humildad por su parte; ¡qué necesidad tiene Dios de caer tan bajo, haciéndose ver en una superficie de una patata frita o de una pizza!
Los dueños de una pizzería australiana se quedaron de piedra al descubrir cómo en la orografía de una pizza tres quesos podía distinguirse la figura de Jesucristo. Su asombro mutó pronto en interés crematístico y decidieron subastarla por Ebay; el negocio le salió redondo: algún coleccionista de arte sacro decidió que 110 euros era una ganga por un Cristo 3 quesos. No es de extrañar que en unos años Sotheby´s la subaste por millones. Sabíamos hasta ahora que Dios era trino, pero después de hallazgos tan prodigiosos como estos, la teología podría dar un giro copernicano: Dios puede hipostasiarse en cualquier objeto, ya sea patata, pizza o tortita mexicana. En Ohio, una mujer estuvo a punto de zamparse a Cristo, impreso en una empanadilla polaca; menos mal que se percató del pecado mortal que estaba a punto de cometer y decidió congelar la pierogi, vendiéndola días después por 1.240 euros. Y en Dallas, cuál fue la sorpresa de un matrimonio al abrir su bolsa de cheetos, que cayó en la cuenta de que unos de ellos tenía forma de Cristo y decidieron apodarlo Cheesus. Pero Dios, en su infinita misericordia, no solo se ha avistado en estas formas, con el fin de dar a conocerse en este mundo impío, nueva Babilonia, Sodoma sin redención. No, también tuvimos el gusto de encontrarlo en el pan naan de un restaurante indio, en la pintura desconchada de un bar irlandés, en unas lonchas de beicon quemadas sobre una sartén, en la tapa de un tapón de Marmite. Incluso un ateo de Nueva York volvió a la fe verdadera tras recibir la iluminación divina bajo la mediación de la superficie de una media naranja; en ella podían distinguirse las figuras de Cristo y la Virgen María, un dos por uno. En un comedor de caridad, un pastor de Florida reconoció la imagen de Cristo crucificado en una de las patetas que estaba pelando. Se han experimentado avistamientos tan insólitos como el de un Cristo impreso sobre un ticket de los supermercados Wall-Mart.
Es tal la fama que adquirieron estos avistamientos gastronómicos, que algunas empresas decidieron hacer caja a su costa. Una marca de tostadoras lanzó la Jesus Toaster, que imprime en las tostadas la cara de Cristo. Muy sonado fue el caso del Cristo de Kit-kat, un fake viral lanzado adrede por esta empresa a modo de broma publicitaria. La marca sacó al mercado chocolatinas que las morderlas descubrían a lo largo y ancho de su sección el rostro de Jesucristo.
Dios se ha vuelto sofisticado; ya no se conforma con hacerse ver en zarzas ardientes o a través de sueños esotéricos. Hay que adaptarse o morir. Estamos inmersos en pleno capitalismo; todo el mundo consume, llenando su hogar de objetos inservibles. ¡Qué mejor campaña de márquetin divino que llevar a Cristo a todas las familias a través de objetos de consumo! Si no puedes con ellos, únete.
Ramón Besonías Román