De los 366 días que tiene este año, 219 días, más de la mitad, he tenido que trabajar para el Estado, que me ha sustraído todo lo que he ganado desde el 1 de enero a través de impuestos directos e indirectos, nacionales, regionales y locales y tasas abusivas e injustas. Otros españoles trabajan todavía más días para Rajoy y sus muchachos, pero otros son esclavos del gobierno y de la clase política menos días al año. Todo depende de las rentas y de tus condiciones laborales y fiscales. Como media, tras las nuevas subidas de impuestos, los españoles trabajan para el Estado casi seis meses al año, más que cualquier otro ciudadano de la Unión Europea, con el agravante de que los suecos, que también pagan muchos impuestos, reciben a cambio servicios y prestaciones de calidad y entregan su dinero a un Estado justo y limpio, mientras que los españoles recibimos servicios de escasa calidad a cambio de nuestros impuestos, cobrados por un gobierno del que no es fácil fiarse porque muchos sospechamos que nuestro dinero, en lugar de servir para financiar educación sanidad y otros servicios vitales, puede servir para financiar a sinvergüenzas y parásitos o robado, como ha ocurrido en el pasado, por la banda de corruptos que está inscrustada en las instituciones, disfrutando de privilegios y con el carné del partido como salvoconducto.
Voy a celebrar el fin de mi esclavitud estatal invitando a mi mujer a cenar. Le diré muy serio: "a partir de mañana dejo de ser esclavo y trabajo para nosotros". Seguro que no se lo va a creer y que pensará que es una exageración, pero los cálculos han sido minuciosos y el Estado se ha cobrado hasta su última peseta. No hablaré más de este asunto porque es triste la esclavitud en pleno siglo XXI y porque no quiero que la cena sea amarga y causante de rabia. No quiero sentir mas indignación frente a los político ni mas "nauseas de España" en una noche de celebración.