¿Alguna vez has notado que Dios no tiene prisa? Le tomó 40 años para Moisés para recibir su llamado para conducir al pueblo de Egipto. Le tomó 17 años de preparación antes de que José fuera liberado de la esclavitud y encarcelado. Le tomó 20 años antes de que Jacob fuera libre del control de Labán. Abraham y Sara eran viejos cuando finalmente recibieron el hijo de la promesa, Isaac.
¿Por qué Dios no tiene prisa?
Dios llamó a cada uno de estos siervos para llevar a cabo una determinada tarea en su Reino, sin embargo, Él no tenía ninguna prisa para llevar a cabo su misión. En primer lugar, Él logró lo que quería en ellos. A menudo estamos más enfocados en los resultados que en el proceso que Él está logrando en nuestras vidas cada día.
Cuando experimentamos su presencia todos los días, un día nos despertamos y nos damos cuenta de que Dios ha hecho algo especial en y a través de nosotros. Sin embargo, la realización ya no es lo que nos anima. En cambio, lo que nos anima es que Él está siempre presente.
A través de los tiempos, nos volvemos más familiarizados con su amor, gracia y su poder en nosotros. Cuando esto sucede, ya no estamos enfocados en el resultado porque el resultado es “el resultado” (valga la redundancia) de nuestro caminar con Él.
No es el objetivo de nuestro caminar, pero es el subproducto. Por lo tanto, cuando José llegó al poder en Egipto, probablemente no se importo mucho con esto. Porque había llegado a un lugar de completa entrega por esto no estaba ansioso por el mañana y sus circunstancias.
Esta es la lección para nosotros. Tenemos que esperar el tiempo de Dios y abrazarlo dondequiera que estemos en el proceso. Cuando encontramos la satisfacción y realización en ese lugar, empezamos a experimentar a Dios en formas que nunca antes pensamos posibles.
Fuente: Devocionales Cristianos