Tal como sucede con la lectura, la oración también puede ser silenciosa. Ana, que anhelaba tener un hijo, visitó el templo y «hablaba en su corazón» mientras oraba. Movía los labios, pero «su voz no se oía» (1 Samuel 1:13). El sacerdote Elí vio lo que pasaba, pero no entendió. Entonces, ella le explicó: «… he derramado mi alma delante del Señor» (v. 15). Dios oyó el pedido de oración silencioso de Ana y le dio un hijo (v. 20).
Como Dios escudriña nuestro corazón y nuestra mente (Jeremías 17:10), puede ver y oír cada plegaria… incluso aquellas que nunca expresan nuestros labios. La naturaleza omnisciente del Señor hace posible que oremos teniendo plena confianza de que Él oirá y responderá (Mateo 6:8, 32). Por esta razón, podemos alabar a Dios permanentemente, pedirle que nos ayude y agradecerle por todas sus bendiciones… aun cuando nadie más nos oiga.
Dios nos llena el corazón de paz cuando lo abrimos delante de Él.
(Nuestro Pan Diario)