La escritura de los hombres rojos está compuesta por palabras y sílabas mágicas otorgadas por Tamboras. Símbolos usados más para encantamientos de enamoramientos, maldiciones o buena suerte que para dejar testimonio de los acontecimientos que labran los surcos que definen a un pueblo. Los cabezas de los grandes clanes, como los Álfatas, los Bálkidas o los Phaletons, guardan el privilegio de las invocaciones de sangre. Antes de iniciar una guerra o una gran migración gravan con la escarpa de lluvia las palabras del rezo sobre un monolito de piedra negra. Para que el ruego llegue a Tamboras se realizan sacrificios humanos. La sangre de los esclavos corre sobre los canales de las palabras, colmándolos de manera que son oídas por el dios, al ser cinceladas en rojo.
Una remota leyenda, que cambia según que clan la cuenta, habla de cómo Tamboras logró obtener el don de las primeras palabras, pues antes nada se oía excepto el susurro del viento. Esa historia perdura, aunque ya nadie está seguro de qué fue lo que ocurrió en realidad, ni cómo el dios robó el don a uno de los guardianes del Alma Blanca.