Lo diputados y senadores españoles jamás podrán votar en conciencia, ni atendiendo lo que quieren sus electores, ni como les dicta la razón y ni siquiera pueden hacer uso de la palabra cuando quieren, ni emplear argumentos de su propia cosecha, ni discernir. Para halar necesitan el permiso de su jefe de filas y sólo pueden defender lo que quieren sus partidos. Los debates están trucados y la libertad, en el llamado "Templo de la Palabra", el principal foro de la nación, está prohibida.
Al igual que ocurre con los otros poderes, el Ejecutivo y el Judicial, el poder Legislativo, en España, es esclavo de los partidos. Los diputados y senadores, además de carecer de libertad de expresión, no representan a sus ciudadanos, ni responden ante ellos, sino que representan, responden y obedecen ciegamente a sus respectivos partidos, que premiará, por encima de todo, su sometimiento, al que hipócritamente llaman "lealtad" y castigarán cualquier atisbo de libertad y librepensamiento excluyéndolos de las listas electorales, lo que significa la muerte política.
El “Estado de partidos” es una realidad surgida del despliegue de la representación proporcional, realidad reñida con la teoría de la representación. La libertad de los diputados, que no son representantes en stricto sensu, se ha transformado en dependencia de sus partidos, estando, por tanto, vinculados a los intereses de éstos, no a las de la sociedad y los ciudadanos. Las decisiones parlamentarias carecen de creatividad y no son resultado de la dialéctica parlamentaria, sino de la sumisión a quien los coloca en las listas electorales y les permite ser diputados o senadores. De esa representación castrada y trucada no surge la presencia política del pueblo en su totalidad, sino de los intereses de determinados grupos.
Se ha liquidado la democracia parlamentaria (en la que cada diputado representaba a la totalidad nacional) para dar vida a una especie de democracia falsa en la que la voluntad del partido o partidos mayoritarios se identifica con la voluntad general. El parlamento pierde su carácter originario y se convierte en el lugar en el que se reúnen los comisionados de los partidos para registrar decisiones tomadas en otro lugar (en las comisiones o en las conferencias de partido). Como dijo Maurice Duverger “los propios parlamentarios están sometidos a una obediencia que los transforma en máquinas de votar guiadas por los dirigentes de partido”.
Los discursos en el pleno ya no pretenden cambiar los criterios de los parlamentarios, ni son verdaderos debates. Se dirigen a los ciudadanos, lo que convierte a las cámaras no en el gran foro de debates de la nación y las autonomías, sino en ventanas de propaganda política en la que los partidos proyectan ideas y argumentos que pretenden ganar adeptos. El sistema español, ajeno por completo a la democracia, convierte al poder legislativo en un permanente mitin político electoral y en una tribuna de propaganda.
La radio y la televisión son instrumentos técnicos tan importantes o más que los mismos diputados y senadores en el sistema parlamentario trucado de España.
Francisco Rubiales