Pues al final lo que había hecho Baby era irse de vacaciones con su familia al típico hotel americano que está en medio de la nada y vive de ofrecer miles de actividades lúdicas a sus ricos huéspedes. Una de esas actividades son las clases de baile, impartidas por el culito pinturero de Johnny Castle, interpretado por el inmortal Patrick Swayze, el hombre más sexy de los últimos años de la década de los ochenta y primeros de los noventa.
Esta dama rica y este vagabundo bailarín se conocerán en ese hotel y Baby no podrá resistirse a los encantos del dirty dancing, hasta el punto de que tendrá que saltarse todas las reglas de su papá para poder desatarse, que para eso está ella en la edad.
Pensar en Dirty Dancing es pensar en una de las películas más populares de la historia del cine. En su momento cosechó un gran éxito, sobre todo entre el público más joven, pero es que a día de hoy sigue siendo una película de referencia y de culto para mucha gente.
No obstante, tengo que reconocer que, sin quitarle el mérito de ser ni más ni menos que Dirty Dancing, no es para nada un peliculón. De todas formas ahí radica su gracia, que sin ser una obra maestra (ni de casualidad) tiene aún una buena legión de fans.
El haberla visto no me ha convertido, la verdad. No he sabido ver en ella nada más que una muy puritana historia de niña pija y buena a la que le empieza a picar el coño, aunque reconozco que la película, y sobre todo Baby, de sosas que son terminan teniendo su gracia.
Lo que sí aplaudo y aplaudiré toda mi vida es la banda sonora, pieza clave del éxito de esta película. Pero sumándolo a todo lo demás el resultado es tan solo un ojete de monico tan soso como los pechitos de la Grey. Eso sí, gracias a esta película he podido reflexionar un poco sobre "el sueño americano", reflejado en esta película en la familia de Baby: atrayente por fuera pero totalmente aburrido y soso por dentro.