El tercero de la trilogía clásica
Siempre es delicado hablar de los CAN. En realidad, tan delicado como abordar cualquiera de esas bandas únicas. Pero únicas de verdad. Nunca hubo ni habrá parámetros para compararlas, ni lugares demasiados seguros desde donde analizarlas. Imponen sus propias reglas y términos. Dentro de la trilogía clásica de los germanos (precedida por “Tago mago” y “Egge bamyasi”) “Future days” funciona como la cascada final, el descenso chillout después de la locura total que desborda en aquellos dos lps. Si se tratara de una saga, “Future days” debería leerse al final de los tres capítulos. Es, también, el disco más accesible de ése lote. Y el último con Damo Suzuki en las filas del grupo.Cuenta la historia que el verano de 1972 encontró a los CAN en un buen momento, tanto musical como humano y de “infraestructura”: mejores equipos y mejores camionetas para trasladarse a los shows, entre otras comodidades hasta allí impensadas para unos hippies lunáticos y descentrados como ellos.“Future days” fue el documento del mejor momento de comunión musical en un grupo cuyo ADN se basaba –precisamente- en la composición espontánea y la química dentro del estudio (la otra mitad del proceso la completaban las famosas ediciones de múltiples cintas y tomas, en un mecanismo de trabajo repartido 50% y 50%). Dicho de otro modo: una de las fortalezas de los CAN era su frescura al tocar. La otra, un gran “cráneo” a la hora de editar.En lo musical, “Future days” recorta las rispideces de “Tago Mago” a favor de un vuelo más calmo y apacible. En varios momentos, inclusive, el grupo se deja invadir por la belleza que su música va produciendo. La deja ocurrir, siempre con la espontaneidad como faro. Ya en “Future days” (el tema inicial) se percibe la presencia fantasmal, en segundo plano, de Damo, trazando unas melodías memorables sobre la ola que construye el grupo. A los 8 minutos el tema queda suspendido en su halo azul (porque toda la música de “Future days” tiene ese color de la tapa).“Spray” parece moverse en terrenos de un improbable Free Jazz, al comienzo, hasta que a partir de los cinco minutos se encuentra –literalmente- con un oasis de belleza propio, y el tema vira hacia otros rumbos. La histórica base rítmica que componían Jaki Liebezeit y Holger Czukay suena ajustada, casi en terrenos funk, en “Moonshake”, el tema más cerrado y ortodoxo.Para el final, el grupo tiene su Tour de Force de casi 20 minutos con “Bel Air”. Cuenta la leyenda que para el momento de esta sesión, el sistema de ventilación del Inner Space Studio se averió, esparciendo sustancias viciadas a los integrantes de la banda, con los efectos colaterales que cada uno quiera imaginar en una banda de por sí proclive a la experimentación con alucinógenos. Por último, las reviews especializadas siguen maravillándose con la complejidad de planos y retazos que alcanzaba el grupo antes de la era multitrack de grabación (estamos hablando de 1973). La magia radicaba en lo mucho que lograban con las restricciones técnicas de la época (mientras, los críticos –casi siempre tarde o mirando a otra parte- hablaban de la “incompetencia” de los CAN para “tocar”).