Puede ser. Pero más que fruto de una búsqueda específica, el disco pareció el resultado de una coyuntura desfavorable (ver contexto) tanto interna como externa, de la que el grupo se recompuso - al menos en lo musical- relativamente rápido.
Aún así, The soft parade tiene sus momentos. Y pone a prueba una teoría: que los buenos grupos de rock dejan su marca aún en sus discos menos logrados. Pueden- con dos o tres buenas jugadas- sacar el partido adelante. Los Doors eran tan buenos que pasaban por encima de sus momentos olvidables.
Dos claves: su vocación (presente desde el primer álbum) para buscar siempre la canción, el tema (eso hacía que en cualquier álbum encontraran pequeñas gemas). Y segundo, su instinto natural para armar buenos discos, sostenidos y con matices. En ese sentido, ningún lp de los Doors es -a priori- desechable.
Tal vez en ese mix entre falta de "fuego sagrado" y sobreproducción se encuentre la clave de este álbum.
El comienzo es sólido, con "Tell all the people" (una buena canción a pesar de sus fanfarrias, compuesta por Krieger y odiada por Morrison) "Touch me" (otra buena a pesar de sus clichés, con Jimbo en plan crooner de Las Vegas) y ese tapado que es "Shaman´s blues", con un frontman que -claramente- se sentía más cómodo en terrenos áridos. El tema está plagado de buenos arreglos y deriva manteniendo siempre la tensión blusera. Gran mérito de Morrison, como en los mejores pasajes de Soft parade.
Tal vez lo más flojo del set se ubique entre "Easy ride", "Runnin´blue" y la insípida "Wishful sinful": canciones que parecen perdidas, sin mucho rumbo. La poderosa "Wild child" levanta la puntería en su arrastre de blues polvoriento, nuevamente con Jim en su mejor forma.
BonusLas críticas especializadas serían duras con Soft parade y no le perdonarían a los Doors el traspié. Sin embargo el grupo se recuperó y entró en la recta final de su carrera retomando la crudeza con dos grandes álbumes clásicos: "Morrison hotel" y "L.A Woman".