La cata más reciente en Spotify sigue sin dar grandes resultados, y en realidad resulta razonable que ocurra así, es mucho lo que se edita y poco lo que permanece, como en cualquier arte. Ahí van mis intentos:
-“Pale Fire”, de El perro del mar: se deja oír, es un pop agradable, quizá un poco sinsustancia, con una voz monocorde que no llega y temas que no pasan de resultones.
-“Beams”, de Matthew Dear: álbum enfocado a la pista de baile, con todo lo que ello supone de crisol de sonidos y estilos, me recuerda lejanamente al de Kindness, aunque con una interpretación envuelta en distorsión maquinal. Agradable como fondo de una fiestecilla, pero falto de emoción y carisma. Es un de tantos discos que entretiene y se nos olvidará.
-“Love this giant”, de David Byrne y St. Vicent: mira, no. Hace muchísimo que Byrne ha perdido el rumbo, y sus proyectos en colaboración suelen ganar puntos cuando aparece el acompañante, y perderlos en cuanto la voz cada vez más chirriante de él irrumpe para terminar de arruinar melodías deslavazadas. Al final se trata de hacer buenas canciones, y esto es lo que falta aquí. Una broma modernilla e intelectualoide.
-“Take the Crown”, de Robbie Williams: superproducción de las habituales, y como tal, falta de alma. No se puede decir que no contenga un puñado de temas buenos, pero desde luego que no añade nada a la discografía del irregular Williams. Una de sus carencias más frecuentes es la ausencia de una personalidad, un estilo definidor de cada álbum. Tan sólo destacan las composiciones mejor arropadas por arreglos solmenes, a la manera del último título que sacó con los Take That.
-“Tinsel and Lights”, de Tracey Thorn: la larga tradición anglosajona de los “discos de navidad” ha ido acumulando un buen puñado de títulos clásicos, y es que, más allá de las etiquetas, suelen contener estupendas canciones. Este es el caso del último de Tracey, cuyo timbre tan familiar nos sugiere ya lo mejor apenas la escuchamos. Lejos de la previsible revisión de villancicos, encontramos en él muy buenos temas, de por sí delicados, pero a los que las notas características de la casa engrandecen: sentimiento, ternura y una desprejuiciada producción pop donde se nota la mano de Ben Watt.
-“Saint Etienne Present Songs For The Lyons Cornerhouse”: recopilación a cargo de Bob de un conjunto de canciones absolutamente memorables de lo que él llama la era “pre-rock and roll”. Mucha orquesta de los cincuenta, clásicos como Candilejas, The Great Pretender e interpretaciones vocales que te llevan a un mundo de caballeros trajeados y elegantes damas, un mundo nevoso e inocente, como debe ser la navidad. Quizá, sin pretenderlo, sea el mejor álbum que podemos escuchar en casa mientras nos dejamos llevar por esa agradable fantasía.