Discurso de Solón – Invocación a Júpiter contra los megarenses

Publicado el 16 febrero 2015 por Diego Diego F Ospina @DiegO_OzpY

Insigne legislador ateniense y uno de los siete sabios de Grecia, Solón ganó fama y gloria ofrendando a la patria desgarrada los mayores empeños de su benemérita y larga vida. Este gran político, adversario tenaz de la tiranía, supo armonizar la reforma de las leyes y el mejoramiento de las costumbres con el constante anhelo de infundir al pueblo altos ideales de justicia y cultura. Levantando así el espíritu nacional de los atenienses, Solón cuidóse luego de aligerar las cargas tributarias de los ciudadanos y de dar nobles trayectorias a la vida común, cimentando la paz de la ciudad en la más liberal de las constituciones que ha conocido el mundo helénico. Continuador de la tradición homérica, Solón exaltó algunos señalados actos de gobierno adornando el discurso con las galas de la poesía, como si por este medio pretendiera perpetuar en la memoria del pueblo los fundamentos de la política que realizaba. Pero, dada la índole, ocasión, y aliento de las ideas revestidas de forma poética, no por esto dejan de merecer sus composiciones que se las incluya en el acervo de la elocuencia clásica. Ejemplo de lo que decimos es una vibrante composición que leída en la plaza pública de Atenas, gracias al artilugio de fingirse loco ( por estar prohibido bajo graves penas el tratar ante asambleas del asunto a que se refiere) decidió al pueblo a emprender de nuevo la guerra contra los temidos megarenses, guerra que termino con la conquista de Salamina. De dicha composición, genuinamente política, se conserva el pasaje transcrito por Demóstenes en una de sus arengas: la pronunciada en el proceso de la embajada. Esos versos de Solón, puestos en prosa, son los siguientes:

Invocación a Júpiter contra los megarenses* (Siglo VII, A.C.)

Gracias a Júpiter y a los demás inmortales jamás serán destruidos los muros edificados por nuestros abuelos. Atenea, hija del padre de los Dioses, extiende su mano fuerte y protectora sobre la ciudad. El pueblo es quien quiere arruinarla con su aflicción desordenada al vicio y las riquezas. Sus jefes meditan el crimen, y alentados por su audacia, desafían el peligro, provocando los más grandes desastres. Jamás supieron imponer el freno de la moderación y dirigir sus pasos hacia la paz y la virtud. "Oro y siempre oro"- Así gritan-. ¿Qué importa la justicia? Levantemos rápidamente el edificio de una dicha pasajera". Desde el instante en que piensan de este modo, no esperéis nada seguro de sus manos; atentan a los tesoros de los Dioses; no respetan los bienes de los particulares, y ofenden a Temis, que lo ve todo en silencio. ¡Oh! ¡El tiempo la vengara! Una llaga incurable y profunda se extiende por todas partes; la libertad se cambia en servidumbre; la discordia produce el incendio de la guerra; la tierra se enrojece con la sangre de los ciudadanos; y el país que se ama desde la infancia, es primero destrozado y después vendido por sus propios hijos. Estos son los males que amenazan a todos; pero, la muchedumbre indigente, ¿Qué suerte sufre? Arrastrada y sumida en la vergüenza y la ruina común, tiene que padecer todos los males del destierro. Ni las casas más ricas se libran del desastre; los cerrojos, las defensas, los obstáculos sirven solamente para despertar la obstinación del mal, que penetra hasta el lecho para sorprender a su víctima. ¡Oh, mis conciudadanos! Todas estas desgracias nacen del desprecio de las leyes, que es el mayor de los azotes. Amad el yugo de las leyes: es un yugo bienhechor que nos da el decoro, calma la fuerza del carácter, reprime la licencia, ahoga en el corazón el crimen premeditado, disminuye los procesos, evita las desavenencias y destruye las tramas criminales de la ambición. Todo pueblo que se honra respetando las leyes llega presto a poseer la sabiduría y asegura la integridad de sus derechos.

(Traducción y prosificación de Arcadio Roda.)

Clásicos Jackson, Grandes Discursos.