Los diseñadores tenemos un fantasma bajo la cama. Es lo que más miedo nos provoca. Te han encargado un nuevo proyecto. Te han dado las directrices más o menos claras. Te han enseñado los trabajos anteriores y los de la competencia, para decirte lo que les gusta y lo que no. Y al final te dicen: “Confiamos en tu trabajo, el diseñador eres tú”.Vas a tu estudio, y te pones a pensar. Eres un profesional y sabes cómo resolver el encargo. Seleccionas las fotos más adecuadas de entre las que te han facilitado. Buscas en los bancos de imágenes las que faltan y que mejor pueden ilustrar la idea y comienza el diseño del Layout.Repartes la información como mejor convenga a la comprensión del mensaje. Intentas ordenarla para que la lectura sea fácil y lógica. Destacas la idea principal, como te enseñaron los maestros.Eliges la tipografía más adecuada, dependiendo del público al que se dirige y la cantidad de texto que tenga. Una que se lea bien para el grueso de la información y como mucho otra para los titulares. Luego, jugando con los cuerpos y los estilos, haces que los bloques se diferencien entre sí. Lo que debe destacar, lo que es información complementaria…Has creado un concepto completo, lo has estructurado y lo has hecho visible. Eres diseñador. Llamas al cliente y le dices que ya lo tienes. Unas veces te dirán que se lo lleves, y otras que se lo envíes por mail. No importa, el trabajo es bueno y se entiende solo. Se lo haces llegar para que haga su trabajo. Es el cliente, y tiene que corregirlo y aprobarlo. Pero de pronto descubres que en realidad, él también es diseñador, o lo parece… comienza la pesadilla.Seguir leyendo en Roastbrief.