Disertación sobre el Dios cartesiano

Por David Porcel

Comparto esta magnífica reflexión de una pareja de jovencísimos filósofos de 2º de Bachillerato, que me llega de forma generosa. Diríamos que pone en cuestión algunos de los postulados fundamentales explicados en clase sobre la argumentación cartesiana de la existencia de Dios, y, en el fondo, una invitación al clásico dilema de si es preferible ser feliz en el engaño o infeliz en la verdad. ¡Enhorabuena a los dos!


¿Es Dios la confirmación de que el mundo en el que vivimos es verdadero, o puede ser la propia explicación a un engaño sobre el mundo?

Descartes propuso en su pensamiento que la única manera de dejar a un lado la duda metódica, pudiendo afirmar que nuestra realidad sí es verdadera, es mediante la prueba de la existencia de Dios. A lo largo de esta reflexión, trataremos de dilucidar si esta idea podría ser válida o si la existencia de Dios es aquello que confirma que nuestra realidad no es la verdadera. Para ello, comenzaremos preguntándonos por qué Dios querría mentirnos a pesar de su bondad. Posteriormente, nos centraremos en los motivos que llevarían a Dios a mostrarnos la verdad, mencionaremos por qué consideramos que Dios es bueno en ambos casos y concluiremos argumentando cuál de las dos opciones nos parece más probable.

En cuanto a los motivos que llevarían a un ser perfecto a ocultarnos la existencia de la verdad, obligándonos a vivir en esta realidad engañosa, podemos teorizar dos hipótesis. Por un lado, ¿y si Dios tratara de protegernos, colocándonos en una realidad más positiva que la verdadera? De este modo, afirmaríamos que la realidad verdadera es negativa, quizá cruel o dañina para nosotros. Por tanto, este ser perfectamente bueno pretendería evitar nuestro sufrimiento a costa de la verdad.

Por otro lado, sería posible creer que este ente superior habría considerado positivo para nosotros dejarnos al margen de la verdadera realidad no necesariamente porque esta fuese nociva y nuestro mundo fuera mejor, sino porque fuese incomprensible para nuestra mente humana. Siguiendo esta hipótesis, Dios habría considerado que, como humanos, habríamos tratado de entender lo que nos rodeaba y, al ser una realidad terriblemente compleja, habríamos terminado liquidando nuestra cordura habiendo sido incapaces de entender lo que nos rodeaba. Esto habría llevado a Dios a elegir un mundo que satisficiera nuestras necesidades intelectuales a la vez que no fuese excesivamente complicado, lo que nos llevara a caer en la frustración intelectual.

En contraposición, debemos también tener en cuenta los motivos por los que Dios podría habernos dado la verdad. En primer lugar, como base para el resto de argumentos, debemos explicar que, si Dios es bueno, entonces necesariamente va a querer compartir lo bueno con nosotros, pero también lo verdadero. Es decir, si Dios es completamente bueno, va a querer ser sincero con nosotros.

Adicionalmente, en contraposición a la segunda hipótesis sobre el buen hacer, discutida anteriormente, si este es un mundo mejor, creado por Dios (que, recordemos, es perfecto) ¿por qué no nos proporcionó, directamente, un mundo igual de perfecto que él? Ya que vamos a protegernos de lo nocivo, ¿por qué no protegernos de todo ello y no solo de una parte? No obstante, ¿podemos verdaderamente afirmar que este mundo no es perfecto? En realidad, quizá cualquier hecho dañino o negativo que podamos encontrar haya sido generado por nuestra propia existencia. Esto es, nuestra realidad no es imperfecta, somos nosotros quienes somos imperfectos y por tanto la convertimos en imperfecta. Este argumento del mundo perfecto volvería a confirmar el buen hacer de Dios por encima de la verdad.

En referencia a la primera hipótesis planteada, y continuando con los motivos de un ente perfecto para mostrar la verdad, debemos ser conscientes de que, si tomamos a Dios como ente creador, suponemos que los humanos no somos sus únicas creaciones. Por tanto, deberíamos descartar la idea antropocentrista que poseemos sobre este ser. Si la descartamos, podemos percatarnos de que el argumento utilizado anteriormente posee cierta soberbia (sofrosyne), pues nos considera superiores al resto de creaciones, los predilectos de Dios. Si consideramos a Dios como alguien que aprecia sus creaciones por igual, ¿por qué iba a esforzarse en darnos un mundo distinto al real? Podría haber creado un mundo mejor (según el parecer humano) que el que tenemos, pero nos ha dado un mundo imperfecto porque es el real y no ha reparado en que quizá, para nosotros, no sea la mejor opción.

En resumen, en ambos casos contemplados la conclusión más clara es que Dios es bueno. La diferencia entre ambos son los motivos por los que se le considera así. En el primer caso, es bueno porque pretende protegernos y cuidar de nosotros. En el segundo caso, es bueno porque nos da la verdad. Que nos dé la verdad implica que no solo posee bondad, sino también sinceridad. De este modo, siguiendo el razonamiento de que este ente debe ser lo más perfecto, ser sincero y bondadoso es más perfecto que ser sencillamente bondadoso. Por ende, podríamos afirmar que Dios nos está dando la verdad porque eso lo haría todavía más perfecto.

No obstante, tras esta conclusión, no creemos la discusión cerrada. En nuestra opinión, el concepto de Dios es increíblemente complejo y difícil de abordar. Hemos obtenido una solución en cierto modo provisional, hasta donde nos ha llevado nuestra reflexión. Sin embargo, somos perfectamente conscientes de que una reflexión más profunda podría llevar a conclusiones distintas, pues sobre este tema solo es posible teorizar. Asimismo, no solo dejamos esta pregunta abierta a futura reflexión, sino que también ponemos en duda algo igual de relevante: ¿podemos estar seguros, en realidad, de la existencia de Dios?

Pablo Lavilla y Ángela Marco