Siempre quise viajar al viejo continente, por su riqueza cultural, amplia historia y diversidad de destinos. En el colegio me interesé por la historia antigua en especial la europea, conocer las ruinas, tesoros arqueológicos y forma de vida de sus principales ciudades me motivó a emprender la aventura de trasladarme a España, puerta de entrada a Europa.
Decidí visitar la ciudad de Barcelona por su maravillosa arquitectura, gastronomía y los lugares turísticos que la convirtieron en Patrimonio de la Humanidad desde 1984.
Aterricé en el Aeropuerto Internacional Barcelona-El Prat, ubicado a 14 kilómetros del centro de la ciudad, desde donde tomé uno de sus inconfundibles taxis de color negro y amarillo hasta el “Hotel Arc La Rambla”, en el Barrio Gótico, muy cerca de Teatros, Museos, Plazas y Palacios; cómodas habitaciones, con aire acondicionado, incluye el desayuno bufé, wifi gratis, televisión satelital, baño privado con todos los servicios, para su seguridad poseen caja fuerte y por supuesto una excelente atención personalizada que me hizo sentir como en mi propia casa.
Luego de instalarme y tomar un suculento desayuno me dispuse a caminar y visitar todos los sitios interesantes. Comencé por Las Ramblas que es un paseo con árboles frondosos, algunos muy antiguos, con varias calles transversales, cuya vía principal desemboca en el Puerto; por allí se reúnen las personas a toda hora, pasean y pueden ver puestos de venta de flores, toda clase de artistas haciendo espectáculos al aire libre, restaurantes y edificaciones de una belleza impresionante, la estatua de Cristóbal Colón, entre otras.
Después visité el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, ubicado en la Carrer de Mallorca, producto del ingenio de Antonio Gaudí, quien la comenzó en el año 1882. Ahí pude constatar el esplendor de su arquitectura Gótica con toques de Modernismo; aunque no ha sido terminada te deja impresionado lo imponente de su estructura con sus 22 criptas y el altar mayor, donde puedes recrear la vista con obras, imágenes, lienzos, esculturas excepcionales y de un valor incalculable.
Al salir de allí, me dediqué a buscar un sitio para comer y probar los platos típicos de la zona. Me dirigí a la calle Quintana a degustar de la mejor comida en un ambiente antiguo, pero con clase y buena atención. Me refiero al Restaurant “Can Culleretes” o “Casa Culleretes”, inaugurado en 1786, con una verdadera tradición culinaria que no podía dejar pasar. En este hermoso lugar me pude deleitar con platos como la butifarra con mongetes, pan con tomate, unos calçots con salsa romesco y una exquisita pica-pica de mariscos y pescado que llenaron todas mis expectativas.
Una vez que recargué mis energías, me fui a la Casa Milà o la Pedrera y la Casa Batlló, otras esplendidas obras arquitectónicas de Antonio Gaudí, consideradas Patrimonio de la Humanidad, por ser edificios con unas fachadas impresionantes.
Mi recorrido por las calles de Barcelona fue inolvidable, el encanto de sus lugares, el esplendor de sus edificaciones, la simpatía de su gente, la seducción de su comida hace de esta ciudad una de mis preferidas en España.