Es fantástico que una pequeña isla en el Peloponeso, tenga un puente como única conexión con el continente. Y más interesante es, enterarse de que ese puente fue construido por miembros del imperio Bizantino, casualmente con el objetivo de controlar, durante la baja Edad Media, el tránsito desde y hacia la isla.
En más de mil años, esta parte de Grecia fue controlada por el Imperio Romano y el Imperio Turco – Otomano, sucesivamente, hasta la Guerra de la Independencia griega, que selló definitivamente el destino de la pequeña isla, en 1823.
Además, por supuesto, sus playas son encantadoras. La infraestructura hotelera ofrece propuestas varias, pero el nombre que resuena, a la hora de descansar, es el de Playa Plitra: arena tostada cuyo tono hace juego con el agua azul celeste. De fondo, las construcciones que recuerdan toda la historia de Occidente, dan el marco perfecto.
Los servicios ofrecidos por los hoteles, más la calidez del Egeo en esas latitudes, hacen de Plitra una playa perfecta para compartir en familia. De hecho, los niños lo pasan de lo mejor, porque casi no hay oleaje, y la arena no presenta rocas que puedan lastimar lo pies.
Sin dudas, esta partecita del Peloponeso pondrá al viajero en la agradable disyuntiva de tener que elegir, cada día que pase allí, entre deleitarse conociendo su historia, o sumergirse en sus aguas de encanto. Envidiable elección.
El encanto de un país cuyo nombre suena siempre a belleza, historia, y ensueño. En este compacto, Alejandro Martínez Notte recorre Grecia, sin dejar el Peloponeso por visitar.
No hay un sólo sitio que no provoque el deleite.