Si la supervivencia de rezagos de esclavitud en la sociedad saharaui es lamentablemente real, también lo es el propósito de erradicarlos, por lo que acusar al Frente de “tráfico de seres humanos”[1] es, sencillamente, una calumnia. Por otra parte, los dirigentes de la República Saharaui encabezan un estado campamental precariamente instalado en una de las zonas más duras del desierto y, como han podido comprobar los miles de españoles que cada año visitan los asentamientos de refugiados, viven en parecidas condiciones a las de sus conciudadanos, los cuales viajan sin trabas por lo países vecinos y el resto del mundo, tal cual lo demuestra la presencia en España de una numerosa colonia saharaui. Más extraordinario aún es que la autora de Besos de arena haya escrito su novela sin mirar el mapa. Confunde de forma inimaginable el contexto geográfico en el que ubica la acción y pasa con alegre despreocupación de la zonas ocupadas por Marruecos a los campamentos situados en los alrededores de Tinduf, como si no existiera una incomunicación total entre ambas zonas, separadas por un muro vigilado por militares del ejército de ocupación y salvaguardadas por contingentes de la ONU. De este modo, confunde una y otra vez el poblado de refugiados de Dajla con el antiguo Villa Cisneros español, como si uno y otro estuvieran a un tiro de piedra y nos les separaran cientos de kilómetros[2] y dice de uno de los personajes que va a visitar el campamento de Gdeim Izik “a las afueras de Tinduf”, cuando el primero estuvo instalado en las afueras del Aaiún ocupado por Marruecos y la ciudad sahariana, en el interior de Argelia. En fin, un verdadero dislate geográfico.
Pero hay más: habiendo utilizado una documentación poco o nada fiable, la autora incurre en constantes y lamentables errores históricos: la Dirección General de Plazas y Provincias Africanas no dependió nunca del Ministerio del Ejército, sino de Presidencia[3]; el caid Manolo no fue el fundador de El Aaiún[4], privilegio que se disputan otros dos militares españoles, De Oro Pulido y Alonso Allustante; a Bonelli no le envió Cánovas a Río de Oro, sino la Sociedad de Africanistas y Colonistas; el Caid Salah no fue precisamente “jefe de facciones rebeldes”[5], sino un saharaui fidelísimo a España y de los pocos que alcanzó el empleo de teniente del Ejército español; el continente africano –esta es una leyenda muy generalizada- no fue repartido en el congreso de Berlín[6]; ningún saharaui fue obligado nunca a bautizarse para casarse con una española[7] -hubo, aunque no muchas, sí suficientes bodas interraciales para acreditarlo-; es risible leer que “Argelia no reconoce al Sáhara”[8], cuando es harto evidente que ejerce como su principal protector y mantiene con la RASD relaciones diplomáticas; y constituye un verdadero despropósito afirmar que hay que hacer escala en Casablanca y Agadir para llegar en avión a Tinduf[9]. Súmense a ello otros aspectos inverosímiles para quien conozca mínimamente la sociedad bidán, como la presencia de saharauis en el culto de una iglesia católica[10] disputándose el asiento con las mujeres de los militares metropolitanos; la oferta de “vinos y licores”[11] en una boda saharaui de postín; o que un ingeniero de Fos Bu Craa viviese en Villa Cisneros, ciudad situada a 600 kilómetros del yacimiento donde había de trabajar[12]. Todo ello hace que lo que hubiera podido ser una novela de amor y aventuras no exenta de aciertos narrativos quede lastrada por tales errores y, lo que es aún mucho peor, por un tufo panfletario que invita a pensar en una intención subliminal de desprestigio del movimiento de liberación saharaui.
Nota de los escritores saharauis. El beso de arena, polvo que los vientos del Sahara llevarán… El filosofo griego Aristóteles dijo una vez, que “El castigo del embustero es no ser creído aun cuando diga la verdad”. Y el proverbio saharaui al respecto reza “Por las evidencias no quedará por mucho tiempo contenta la madre que defiende a su hijo ladrón”. Los escritores saharauis nos encontramos sorprendidos por los falsos pasajes aparecidos en la novela de la escritora Reyes Monforte, sobre una historia de amor que transcurre en un supuesto Sahara Occidental. Una novela no investigada, plagada de inexactitudes, “copypasteada” de blogs, y rebosante de calumnias, ha merecido nuestra condena y asombro desde las primeras páginas. Pero a la vez serenos, instamos a la escritora Reyes Monforte a dialogar con nosotros, y le invitamos a conocer de buena tinta y de manera más cercana nuestra realidad; algo que sólo se puede conseguir desde las raíces, la sociedad y cultura saharauis, representada por sus escritores. El doctor en Historia, escritor y periodista experto en el Sahara Occidental, Pablo Ignacio de Dalmases, nos adelanta en la lectura de la novela y hace esta crítica literaria sobre las lagunas e inexactitudes de Reyes Monforte. Pablo Dalmases, fue fundador de la Radio Televisión del Sahara en los años 1970, y exdirector y fundador del periódico saharaui La Realidad, que se editaba en la colonia. Autor de los libros “Huracán sobre el Sahara”, “La Historia de la esclavitud en el Sahara Occidental” y recientemente autor del extenso trabajo de investigación, convertido en su tesis doctoral, “El Sahara Occidental en la bibliografía española y el discurso colonial”. [1] P. 301. [2] Pp. 191, 262, 267, 268, 270. [3] P. 32. [4] P. 34.35. [5] P. 35. [6] P. 148. [7] Pp. 157-158. [8] P. 295. [9] P. 267. [10] P. 154-155. [11] P. 368. [12] P. 122.
Fuente: Poemario por un Sáhara Libre