Disturbios (j. g. farrell)

Publicado el 04 julio 2011 por Ceci

“... saboreando el conocimiento agridulce de que nada es invulnerable al paso del tiempo, al cambio y a la decadencia; ni siquiera los recuerdos que uno ha atesorado más ferozmente.”

Disturbios

J. G. Farrell

Recién llegada de mis más que queridos y ya añorados pagos meneses, hago un alto en mi rutina vacacional de playa, siesta, Tour de Francia y mejores o peores lecturas para dejarles por aquí la crítica del Booker perdido de J. G. Farrell, Disturbios, que ningún nostálgico impenitente ni lector con capacidad para apreciar la Literatura con mayúsculas debería perderse. Si además compaginan, como yo, su lectura con problemas domésticos como los generados por una lavadora que no centrifuga y que expulsa el agua a través del tambor, un enjambre de abejas, una caldera que se niega pertinazmente a calentar el agua y, por supuesto, un techo que se viene abajo por obra y gracia del agua acumulada durante años en el tejado, podrán apreciar en su justa medida el alivio proporcionado por la identificación con lo leído. Así que, por supuesto, Vds. lean, lean.

“Disturbios”

Autor: J. G. Farrell

Traductor: J. M. Álvarez Flórez

Editorial: Acantilado

544 páginas. 25 euros

[Cinco tinteros]

Resulta, como mínimo, curioso, que un cambio de reglamento privara a esta magnífica novela, como a otras publicadas en 1970, de participar en la carrera por el galardón más preciado de las Letras Inglesas. Y es que Disturbios de J. G. Farrell, flamante Booker perdido desde el pasado año, trata precisamente del cambio y de la pérdida. Ambientada en la Irlanda inmediatamente posterior a la Gran Guerra, a la deriva en la mar gruesa del ejército inglés, de un lado, y la violencia creciente del recién creado Sinn Féin, de otro, es ésta una historia de epígonos de una era más que extinta; en la línea, en cierta manera, de La montaña mágica de Thomas Mann, pero con mucha mayor cabida para el humor.

No deben Vds., sin embargo, llevarse a engaño. Incluso en sus pasajes más divertidos, que los hay, y muchos, se percibe que una cuerda se está tensando demasiado, una nota discordante, un acorde menor. Los megalómanos delirios de Spencer, el director del hotel, las rutinas de sus pintorescos huéspedes, la idiosincracia del ¿servicio? o la ruina de un edificio ocupado por la vegetación y ¡los gatos! no sólo nos hacen reír, sino que además nos conmueven. Pues la ruina del Majestic –símbolo evidente, aunque nada grueso, el nombre es de todo menos casual- es también la del Imperio Británico y el cambio, incluso si es para mejor, conduce a la melancolía y a la nostalgia; hasta tal punto, de hecho, que cuarenta años después el jurado del Booker ha mirado atrás y hecho justicia a esta historia.

Publicado en Qué Leer, nº 167 (julio-agosto, 2011)