Divagaciones sobre la post-democracia

Publicado el 12 septiembre 2016 por Vigilis @vigilis
Un tema muy complicado de plantear y al mismo tiempo muy relevante es el tema de lo que vendrá después. Hace unos años con la derrota del viejo enemigo y las nuevas amenazas que surgieron de ignotos desiertos algunos pensadores empezaron a darle vueltas a este gran tema: qué aspecto tendrán nuestros sistemas políticos y sociales en la próxima generación, qué nuevos retos se plantearán y cómo podremos adaptarnos a lo desconocido evitando los baches.
Una de estas ideas es la de la llamada post-democracia. Este nombre, acuñado por el politólogo inglés Colin Crouch, hace referencia a la cada vez menor representatividad de los sistemas representativos. En resumen, no se trata de sustituir la democracia por otro sistema, sino asumir los cambios internos, una evolución provocada por la interdependencia comercial internacional, la introducción de sistemas de gestión pública con criterios de empresa privada y —algo que añado yo— el "bajar la guardia". Cuando hablo de bajar la guardia me refiero al cambio conceptual de una sociedad de cazadores a una sociedad de agricultores. El aumento de la calidad de vida, la consumación de objetivos políticos seculares —educación universal, sanidad universal— el logro de la pacificación interna de nuestras sociedades y el triunfo de aberrantes ideas de tolerancia reflejadas en aquella lamentable frase de un ministro de Defensa español "prefiero que me maten a tener que matar", son indicativos de un cambio que nos prepara para la post-democracia.
Crouch no pudo prever que la post-democracia iba a tomar forma en los actuales movimientos populistas irredentistas. Hace sólo quince años el gran enemigo en el horizonte era la influencia que los intereses privados comerciales tendrían en los sistemas políticos. Todos nos acordamos de cuando se formó una coalición internacional para intervenir militarmente en Irak para derrocar al dictador Saddam Hussein y establecer un sistema democrático que no fuera una amenaza para el mundo ni para su propia población. Cuando aquello, fue sorprendente la cantidad de partidarios con que contaba el carnicero de Tikrit entre la gente que mejor vivía en occidente. La gran presión popular y los errores cometidos por los gobiernos de la coalición lograron el objetivo de terminar las principales operaciones sobre el terreno y en aquel entonces no lo sabíamos pero aquello fue el primer triunfo del actual irredentismo populista.

¡Build the wall! ¡Build the wall!

Los que más se beneficiarán de la post-democracia no serán, como decía Crouch hace años, los gobiernos "neoliberales" con sus tecnócratas (¿del Opus?) sino los nuevos populistas. Mi idea es que los progres se confundieron de enemigo (una vez más, y van...). El socavar la capacidad de los países para intervenir en el exterior es justo lo que todo satrapilla de medio pelo desea. Hoy existen más democracias que nunca en la historia pero la mitad de esos gobiernos se diferencian poco de dictaduras. Los presidentes-dictadores hoy duermen más tranquilos que hace quince años gracias a nuestra bienintencionada tolerancia y respeto a la soberanía de otros países. Esta institucionalización de la cobardía y de la tolerancia mal entendida tiene algo bueno y es que regresan menos ataúdes en aviones de transporte militar a casa. Nuestras plácidas y confortables sociedades de agricultores respiran más tranquilas dentro de los muros dejando vía libre a los cazadores en mitad de la selva.
Aunque la doctrina de intervención humanitaria sea para mí un tema relevante por aquello del catolicismo romano banal y porque identifica muy bien el objetivo del estado como herramienta de civilización de la otra orilla del Rin, reconozco que los cambios en lo que tenemos más cerca son más difíciles de identificar. En los análisis sobre el tira y afloja actual entre irredentismo y cosmopolitismo se pasa por alto que aquellos "neoliberales" son los principales enemigos de gente como Trump, Wilders o Farage. Es muy curioso que si miramos con un objetivo de gran angular la llamada socialdemocracia no existe en este debate. Por una parte la sociedad abierta hoy no se plantea sin el acceso libre a los mercados y por la otra el control nacional de la economía exige levantar muros. No existe un término medio. No se puede elegir acceso libre a los mercados y muros o no tener muros y controlar la economía nacional. Quienes están en estos puntos intermedios están condenados a desaparecer.

Sí se puede.

Asumiendo que el cosmopolitismo no podrá triunfar en todas partes hay que modificar la idea de post-democracia. Aunque dentro del irredentismo tenemos diferentes modulaciones en función del grado de libertad económica aceptable tenemos que tener presente la imposibilidad del término medio expresada antes. Dicho esto, incluso los gobiernos populistas irredentistas continuarán aplicando los nuevos sistemas de gestión pública, la introducción de objetivos de eficiencia económica en labores del estado que en principio no tienen que ser económicamente eficientes (y esto lo digo aun siendo partidario de la austeridad pública, pero una cosa es ser austero en las cuentas y otra considerar cualquier gasto un derroche. Un estado no es una empresa y parece mentira que haya que poner esto negro sobre blanco).
Pese a que en la teoría de la post-democracia no existen grupos o clases organizados en función de intereses comunes, la aparición de gobiernos populistas puede iniciar la aparición de grupos organizados que se identifican como tales. A bote pronto se me ocurre aquella gente que vea que sus derechos son menoscabados: inmigrantes, minorías morales e incluso grupos políticos. Paradójicamente grupos de interés que hoy insisten en su discurso victimista no tendrán ningún problema bajo gobiernos populistas. Me refiero a la ralea que carece de una teoría del estado: ecologistas, animalistas, feministas, etc. Estos bajo el populismo pueden vivir divinamente porque hablar de nubes de colores sale gratis e incluso son una buena coartada para gobiernos con una agenda de recorte de libertades civiles.

Ah, Rusia.

El siglo XX pesa mucho y es muy dificil romper el marco conceptual del sistema de bloques de países. Aunque el malvado apoyo de Rusia a los populistas occidentales tienda a hacernos pensar en la formación de un bloque de países liderado por ella, es poco probable que ocurra algo así. La población occidental, incluso la que está muerta de miedo y halla refugio en los chispeantes mensajes de los populistas, sigue siendo muy similar a la de aquellos países donde no triunfa el miedo. Supongo que por ejemplo en el caso europeo los gobiernos populistas tratarán de hacer entrismo en instituciones comunitarias y postergar indefinidamente cualquier proyecto de estrechamiento de vínculos políticos internacionales.
La erosión de los sistemas de gobierno representativos no afecta únicamente a nuestros países. En buena parte del mundo los reformistas tratan de imitar nuestros modelos de gobierno con lo que nuestra erosión arrasará cualquier iniciativa de cara a la construcción de sociedades abiertas en esas otras partes del mundo. Países con sistemas políticos más débiles y sociedades más heterogéneas son fruta madura para el conflicto y la barbarie. Aquí no somos conscientes de lo extraño que es salir a la calle y que todo el mundo hable el mismo idioma, rece al mismo dios y que esté mal visto sobornar a un guardia. Lo normal en medio mundo es llamar a la policía y que no haya nadie al otro lado del teléfono o que "policía" sea el nombre de una organización criminal más. Si perdemos en casa frente al miedo esos países serán aniquilados.
¿Motivos para el optimismo? Es una pregunta mal planteada. No se trata ahora de ver lo bueno y lo malo según la actual posición moral dominante, se trata de ver las cosas con sus mochilas. Las demandas del populismo no aparecen de la nada y quienes les apoyan no están paralizados de miedo porque les apetece. Existen problemas que nuestras sociedades libres están afrontando con poca audacia. Uno de los motores del populismo europeo es la Guerra Infinita que provoca el desplazamiento de millones de personas. Esta Guerra Infinita también tiene uno de sus frentes de batalla en nuestros guetos multiculturales llenos de locutorios y lavanderías. Parte de la guerra se lucha en casa y parte en desiertos lejanos pero hay otra lucha, una lucha que no es sofisticada ni se plantea nunca en los titulares de prensa, tiene que ver con reconocer que nuestras sociedades libres son las que mejor conjugan progreso y bienestar y que el resto del mundo sólo tiene la opción de elegir entre vivir como nosotros o sobrevivir en la selva. Si la gente de los desiertos lejanos viviera como nosotros, su acogida no implicaría problemas de convivencia.
Esto último me lleva a recordar que no hubo quejas por la promulgación de la Constitutio Antoniniana. Claro, sin duda hubo un trabajo anterior de patrullas de la benemérita durante los cuatro siglos anteriores desde Galicia hasta el Ponto Euxino. Ah, pero el viejo imperio era una sociedad de cazadores no como nosotros, agricultores gorditos comiendo queso todo el día en nuestros agujeros hobbit.