Dante Alighieri.Divina comedia.Edición de Giorgio Petrocchiy Luis Martínez de Merlo.Cátedra Letras Universales. Madrid, 2013.
¿Leemos a Dante por su moralidad o por su genio?, se preguntaba Harold Bloom replanteando una cuestión que Croce había dejado solventada hace muchos años. Porque la respuesta es tan obvia que convierte esa interrogación en pura retórica.
Porque lo que distingue a los clásicos –y Dante es uno de los tres o cuatro grandes clásicos-, lo que les permite seguir vigentes siglo tras siglo es que también está por encima de la moral accidental de su época.
Si Dante es un clásico lo es porque la Comedia –que Boccaccio, su primer comentarista calificó definitivamente como Divina- y su mundo literario, por encima de las claves místicas de la teología oriental o cristiana, por encima de las estructuras numerológicas que sostienen su construcción, excede las restricciones ideológicas de su mentalidad medieval. Como lo quijotesco o lo kafkiano, lo dantesco es una categoría que sobrepasa los límites de la literatura y de la cultura para pasar a formar parte de un patrimonio lingüístico que usan hasta los iletrados.
Organizada en tres cantos que corresponden a los tres espacios que describe la topografía moral de la Comedia -el inframundo del Infierno, el espacio terrenal del Purgatorio y el espacio de las esferas celestes del Paraíso- se trata de un viaje alegórico que comienza el Viernes Santo de 1300, diez años después de la muerte de Beatrice (l' antica fiamma), que es el centro, el origen y el punto de llegada del universo poético y vital de Dante, “el poeta supremo de la cultura occidental,” en palabras de Bloom.
Nel mezzo del cammin di nostra vita...
Desde la selva oscura del leopardo, guiado por Virgilio a través del Aqueronte, Dante iniciaba con ese endecasílabo uno de los viajes más memorables de la literatura. En el Infierno, la primera y fundamental etapa de su Comedia, estuvo Dante con otros narradores de viajes como Homero, Ovidio o el propio Virgilio, que contaron las bajadas a los infiernos de Ulises, Orfeo o Eneas.
La novedad es que Dante, que proyectó en la elaboración geométrica de su obra su memoria personal y cultural, sus ideas políticas y teológicas, es a la vez el narrador y el personaje que recorre conmovido el embudo invertido de los nueve círculos infernales desde el limbo hasta el infierno de los traidores –el lago helado donde Dante sitúa a sus enemigos políticos- para subir a cielo abierto, donde otra vez contemplamos las estrellas.
Frente al viaje horizontal y marítimo de Ulises, Dante es el espectador de los naufragios, el protagonista de un viaje vertical que culmina en el Paraíso, guiado por l'amor che move il sole e l'altre stelle, ese memorable endecasílabo que cierra el Paraíso y la Comedia y con el que culmina un viaje que ha durado siete días.
Con prevención lo miraban sus contemporáneos florentinos, como quien mira a un hombre recién llegado del lugar sin regreso, del reino de los muertos. Y en la cadencia de sus tercetos se han inspirado no solo los escritores que vinieron después, sino una legión de artistas que pintaron el Infierno.
La estupenda edición de Giorgio Petrocchi, con una introducción que explora la topografía moral de la Comedia y sus claves políticas, y con traducción y notas de Luis Martínez de Merlo, que acaba de reeditar Cátedra Letras Universales es otra nueva invitación a compartir ese viaje con Dante.
Santos Domínguez